BATERÍAS DE SANTA ANA, SAN ISIDORO Y SANTA FLORENTINA. TESOROS CON VISTAS AL MEDITERRÁNEO.

BATERÍAS DE SANTA ANA, SAN ISIDORO Y SANTA FLORENTINA. TESOROS CON VISTAS AL MEDITERRÁNEO.

BATERÍAS DE SANTA ANA, SAN ISIDORO Y SANTA FLORENTINA. TESOROS CON VISTAS AL MEDITERRÁNEO

Tengo un amigo de la adolescencia enamorado de las Baterías de Costa y Anti-Aéreas, en particular las de su tierra natal, Cartagena.

¡Y madre mía lo que sabe!

Y entonces llego yo, con esa inusitada ilusión que me caracteriza, y le propongo un paseo juntos. Una expedición a estos lugares maravillosos que envuelven nuestra ciudad. Él, muy en su papel. Recto, serio, haciendo un esfuerzo para contarme las cosas en un lenguaje que yo pueda comprender. Yo, con ganas de escuchar, aunque algo menos seria. Siempre tuve la cabeza menos amueblada que él, más habladora y un poco alocada.

Pero los años nos han tratado bien, sobre todo a Juan Andrés, que ha hecho un pacto con el diablo y está cada día más joven y guapo.

A lo que quiero llegar. Que es bonito hacer estas cosas juntos después de más de tres décadas de amistad. Al final cada uno mantenemos nuestra esencia, pulida y mejorada con la madurez que nos ha regalado los años.

“No se te ocurra llevarme por caminos con mucha pendiente y resbaladizos”, le digo en cuanto llego.

¿Creéis que me hizo caso?

“Saltamos este muro y llegamos directos”, me contesta.

Y bueno, allí estaba yo, a las diez de la mañana saltando un muro no demasiado alto, pero teniendo en cuenta que nunca he sido muy hábil para estas cosas, el reto tenía su importancia.

Y lo mejor estaba justo ahí, detrás de ese muro que nos abría paso a un día soleado, al silencio, el revoloteo de los pájaros y la historia defensiva de aquel lugar. La historia de nuestra ciudad trimilenaria, fortificada con baterías de costa que hoy presentan un estado bastante lamentable.

Bueno, hay que ser honestos. La batería de Santa Ana sí ha tenido la suerte de lucir, muy presumida ella, de una restauración parcial que en el año 2016 incluía entre otras su tambor o caponera norte. Dice mi amigo que hay que aplaudir a aquellos que invierten en sus propiedades y no las dejan caer, y éste es un ejemplo de ello.

Me hubiera encantado entrar. Esa puerta cubierta de óxido y la cerradura que invita a echar una ojeada, está bien cerrada. Pero mejor así, que siga resguardada del vandalismo, que repose una temporada tranquila.

¡Vengo tantas veces por aquí! Es otro de mis rincones especiales. Me siento junto a esta pequeña cala e inhalo toda la calma y la paz que me cabe en cien suspiros.

Juan Andrés fue uno de los que de manera puntual, hace unos años, disfrutó de las instalaciones que estaban disponibles para el uso exclusivo de los militares. Me cuenta, que había entonces en la cala de Santa Ana, vestuarios, un trampolín y una cantina, que preparaban y limpiaban para el verano.

¡Por favor, que vuelva la cantina! ¿Imagináis unas mesitas al sol en este entorno privilegiado?

Le escucho muy atenta. Ya está en modo súper emocionado y las curiosidades sobre la batería de Santa Anta comienzan a fluir. Así es como aprendo que durante 1936 habían 6 cañones Ordóñez de hierro, auténticas piezas de museo en funcionamiento. Y que en 1945 se le concedió a la batería la denominación de C-5, porque pese a ser antigua y tener poca efectividad, mantenía los cañones, que fueron dados de baja en 1956 y ordenados para su desguace.

Luego estaba Santa Ana complementaria, construida entre 1888 y 1895 con el fin de artillar dos cañones Krupp de 305 mm, de origen alemán. Uno de giro adelantado y otro de giro central. Eran capaces de lanzar un proyectil que pesaba 455 kilogramos a 12 kilómetros de distancia.

Los cañones ya no están, pero subimos por unas escaleras de dudosa estabilidad para contemplar las explanadas  donde en su día estuvieron colocados.

He aprendido cosas. Un cañón de giro adelantado giraba en un ángulo de 130 grados y el de giro central, 360. Y eran alemanes porque en España no teníamos la tecnología necesaria para hacerlos de acero, de un tamaño tan grande.

En Santa Ana complementaria hay una cocina de leña, y me ha llamado mucho la atención, porque tanto en la cocina como en las letrinas, hay aspilleras.

Vamos, qué digo yo, el soldado de turno en su letrina mientras el compañero apuntaba con su escopeta por la aspillera. ¡Qué poca intimidad!

Y están curiosos esos lugares, ahora tan oscuros, donde se guardaban los repuestos de munición. Todavía se mantienen los suelos forrados de madera, con un zócalo del mismo material. La madera es aislante y toda seguridad era poca en estos casos.

Pero poco hemos podido encontrar avanzando por esos túneles, más allá de una telaraña inmensa que mi amigo no ha querido tocar, pero era tan brillante y de aspecto tan gelatinosa esa parte que colgaba a contraluz, que ya lo he hecho yo por él.

Y seguimos nuestro camino hasta adentrarnos en el mundo de las Baterías de San Isidoro y Santa Florentina. ¿Qué por qué tiene dos nombres? Pues porque aunque siempre funcionaron como una, eran dos baterías independientes. Fueron diseñadas por Esteban de Panón en el año 1740.

Juan Andrés coge un palo, y allí en un lugar con unas vistas espectaculares, con una casamata de fondo, me hace un dibujo sobre la tierra para que comprenda bien la distribución de ambas baterías.

Jaja, pensaba que ibas a dejar un mensaje de nuestra visita escrito en el suelo.

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