CARTAGENA, HE VUELTO. ¿PUEDO PASAR?

Eva

CARTAGENA, HE VUELTO. ¿PUEDO PASAR?

 

- ¡Cartagenaaaaaa! ¡Que ya he vuelto! ¿Puedo pasar? ¿Estás despierta?

Mi Cartagena bonita, no hay aldabas en tus puertas y no necesitas cerraduras. Pero quiero que seas tú la que me des la bienvenida. Así que espero como el que llama a la puerta de su casa después de una larga ausencia.

Sí, te espero, con la maleta a cuestas y con la esperanza de que no me hayas olvidado.

-Soy yo, Eva, he vuelto. ¿Te acuerdas de mí?

Y entonces te siento. Tu voz me llega desde el pórtico del Teatro Romano, desde los tejados más altos, tostados por el sol de agosto. Me hablas tú, mi ciudad, con la calidez y los arrumacos de las madres que abrazan.

- ¿Cómo voy a olvidarte?, andarina, que te encuentro por cada rincón escondido, siempre curiosa. ¡Estás en tu casa!- me dice Cartagena, con voz alegre -  Eva, ¡qué morena estás!, ¡cuánto tiempo sin verte!

Le sonrío.

 -Sí, Cartagena, he estado un tiempo fuera. Y me han contado que no has estado sola. ¿Recuerdas cómo te vaciabas en los agostos de décadas pasadas? Sé que este año han pasado por tus calles miles de turistas, que muchos cartageneros se han quedado bajo tus faldas, tu brisa, la música en tus rincones, las actividades deportivas más importantes, la alegría, los brindis, y esas cervecicas con marineras. Todas esas cosas han sido las protagonistas de las noches de mar y sal.

Y Cartagena me mira coqueta y me cuenta que ya no es la de antes. Que estos agostos de ahora son otros agostos, pero que le pasa un poco como a mí, que a veces necesitamos ese silencio para disfrutar tranquilas y redescubrirnos.

-Eva, hoy está la cosa tranquila. Disfruta de mí, de nosotras. ¡Venga, deja la maleta, coge tu cámara de fotos y abre bien esos ojos expectantes, que hay mucha gente que te espera! Tú siempre traes historias y yo tengo ganas de escucharlas. Recorre mis calles, que te saluden, aquí tú también eres parte del relato.

Y cruzo esa puerta que nunca se cerró, y paseo tranquila por tus calles, Cartagena.

A lo lejos la veo, tranquila, observadora. Es Carmen Conde. Me siento a su lado y le cuento que este agosto en la playa he leído cinco libros. Siempre mirando al mar. Carmen me sonríe, y por un momento noto como su brazo me da una palmadita cariñosa en mi espalda. Se acerca a mi oído y me susurra, a mí no me ha dado tiempo a leer, los turistas no han parado de sentarse a mi lado, a hablarme, fotografiarme. Menos mal que hoy  está la mañana tranquila. ¿Me traerías un cortadico?

 

 

 

-¡Lo que usted mande, señora Conde! ¡Cómo le voy yo a negar ese placer a la primera mujer que entró en la Real Academia de la lengua Española!

Sonrío, me gusta volver a verte, Cartagena.

En la Serreta siento el bullicio de entonces. Gente que viene y va. A lo lejos veo bajar del Molinete a Caridad la Negra. Su belleza impacta desde lejos. Se acerca a la basílica, entra con paso firme y ligero. Espero unos minutos, pero no la veo salir. No es Lunes Santo pero creo que lleva una rosa negra. Cualquier día es bueno para mostrar amor a los demás.

 

Y llego a la plaza San Francisco. Paso junto a Casimiro Bonmatí. Juraría que el doctor me ha guiñado un ojo. Vuelvo la vista de nuevo pero está inmóvil. Seguro que es porque sabe que Aure, su nieta, me contó un montón de cosas sobre él y yo os lo conté a vosotros con mucho cariño.

 

-¡Isidoro!, ¡Isidoro Máiquez! ¡Qué alegría verle! Aunque si le volvieran a poner en el centro de la plaza ya le digo yo que mucha gente se sorprendería. Que está usted ahí como escondido. ¡Con lo que usted aportó al mundo del teatro!

-¿Sabe una cosa, señor Máiquez? Que voy a ser Isabel en la obra de teatro de este curso. Sí, una obra de Miguel Hernández que creo que me va aportar mucho.

Isidoro Máiquez me hace una reverencia. Una leve sonrisa se le escapa. Apuesto a que estaría encantado de participar con nosotros. Igual se lo digo a Pepe Salguero, él es nuestro director y consigue lo imposible.

 

 

Le digo adiós con la mano, y le mando un beso. Hasta los artistas de bronce necesitan cariño, lo sabré yo.

-¿Señor Peral?, ¿es usted?- me quedo anonadada.

 

- Hola, Eva- me contesta sonriente- Los cartageneros siempre terminamos volviendo a nuestras raíces, ¿verdad?

Estamos en el callejón de Zorrilla. Aquí nació y pasó sus primeros años Isaac Peral.

-Pero, ¿me conoce usted?- le pregunto sorprendida.

-Para no hacerlo. Sé que se rodea de los mejores y ellos le han contado mil cosas sobre mí. He leído sus reivindicaciones para que ésta, mi casa natal, pronto pueda ser visitada. Y he dicho, ¡voy a ver qué tal van las obras! Por cierto, me alegra saber que nadie ha sido capaz de encontrar todavía el aparato de profundidades del Submarino Peral. Dígales a sus amigos Diego y Juan Ignacio que igual si un día me invitan a un buen caldero, les desvelo el secreto.

Y sólo de imaginarlo me da la risa floja.

 

- ¡Qué cosas dice, señor Peral! De momento le invito yo a usted a un café Asiático en el Bar Sol.

Cartagena, eres increíble. Acabo de volver y mira todo lo que me pasa, la gente con la que me encuentro.

-Shhh, un momento Cartagena, no digas nada. ¿Escuchas lo mismo que yo?

 

 

CON ESTO POCO A POCO LLEGUÉ AL PUERTO

A QUIÉN LOS DE CARTAGO DIERON NOMBRE

 

-¡Miguel de Cervantes! Me habían contado que estuvo usted en Cartagena, y dicen que donde a uno le tratan bien, siempre vuelve. Ha sido una suerte que lo haya hecho hoy, acabo de llegar de vacaciones. Menuda casualidad.

 

 

-¿De verdad cree usted que ha sido una casualidad, chica de La Ventana? Eva, hubiera sido un despropósito no haberla saludado a usted, alma inquieta que lleva a esta ciudad a donde quiera que va.

Lo confieso, me sonrojo. ¿Cervantes y yo? Sólo atino a decir:

 - Señor Cervantes, ¿ha probado usted los crespillos? Precisamente llevo una bolsita que acabo de comprar recién hechos.

- Usted pone los crespillos y yo el reparo. Pero no se lo diga a nadie, Eva, ya sabe, tengo una reputación.

-¡Cartagenaaaaaa! ¿Todo esto lo has preparado tú para mí? Mira que te conozco.

-¿Yo?, espeta Cartagena. Ellos están siempre aquí, sólo que por desgracia, muchos caminan sin ver. La suerte de conectar y la magia de coincidir, ¿te suena de algo mi pequeña gran soñadora, Eva?

No sé si estoy soñando, pero si sé que he vuelto a casa. Que nuestro Anfiteatro se asoma cada vez más al puerto, que la Algameca Chica rezuma color con aires de reciclaje, el cañonazo ha vuelto al Arsenal, los pintores encuentran la inspiración en los atardeceres de septiembre, los niños vuelven al cole, los amigos se reencuentran…

 

 

La ciudad ya huele a fiesta…

 

-Cartagena, ¿he dicho fiesta? Madre mía, siempre me pasa lo mismo. Siempre corriendo. ¡Recibí la invitación para la boda de Aníbal e Himilce! ¡Y no tengo nada que ponerme!

Cartagena sonríe. Estoy un poco más para acá que para allá, lo reconozco. Subo por la calle del Aire, me cruzo con un señor con una bolsa de la compra, con niños que corren. Cartagena está viva, no necesita adornos ni grandes palabras, sólo pasear por ella para que te ocurran cosas.

Y recuerda, si vienes a Cartagena, pasa sin llamar.

 

LA VENTANA DE EVA

EVA GARCÍA AGUILERA