EL MOLINETE

La Ventana de Eva

 

EL MOLINETE

 

Demasiado tiempo sin hacerlo. Salir sin más, sin rumbo, con mi cámara de fotos colgada al cuello. Tranquila, en paz. En vaqueros y camiseta. Sin que nadie me espere, sin esperar nada, sólo recibir la energía del sol y la paz del silencio.

 

Hay un cerro en mi ciudad, del que a veces me olvido. Y hacia donde me han llevado mis pasos esta mañana.

Es un día soleado, las nubes dibujan formas divertidas en un cielo muy azul. Los jardineros trabajan, callados. Miman las plantas con cariño, y disfrutan de los maceteros de flores que vestirán de alegría este lugar de historia.

Cojo un ramito de lavanda. Me gusta su olor. Olor a las casas de los abuelos, a las pastillas de jabón que guardaban en los cajones de los armarios.

 

 

Un manto de flores rojas me recibe a la subida. Es una gran sorpresa. Rojo, el color de la pasión, de las emociones intensas, de la valentía.

 

Cuentan por aquí que el cerro del Molinete ha tenido más vidas que un gato. Y no sé si tantas, pero si cierras los ojos y agudizas el oído puedes llegar a escuchar a Carlos I dando instrucciones para construir la muralla junto al cerro, con aquellos salientes semicirculares para la artillería del siglo XVI.

 

A los cartagineses realizando el aterrazamiento para construir viviendas, los romanos disfrutando de un baño en las termas.  A Caridad la Negra luchando en la guerra civil para proteger de la quema a la virgen de la Caridad. Y a los marineros disfrutando de la vida alegre entre vinos y burdeles, mientras los molinos hacían su trabajo para poder abastecer de bizcocho a tantos hombres de mar que venían a esta ciudad del mediterráneo. Un bizcocho que no era más que una especie de pan duro que remojaban y comían, en una época en la que se consideraba un lujo alimentarse con este manjar.

Yo conocí el Molinete en aquella época en la que se hablaba de prostitución y droga. Por eso era un lugar al que nunca llegué a subir, un misterio, parecido a una leyenda que frenaba el acceso a aquello que llamaban hace mucho, la pequeña Marsella. Eran tiempos en los que la marinería inundaba la ciudad, que buscaban aquellos bares que mezclaban anís, la música de una pianola desafinada, con esa atmósfera que olía a pecado y  libertad. Un lugar al que muchos evitaban acercarse y otros deseaban perderse en él.

¡Hasta sesenta locales de fiesta, burdeles y tabernas, llegaron a haber en ese barrio del cerro!

¡Quién iba a imaginar que cuando se derribara aquel barrio íbamos a encontrar esa otra vida de columnas romanas, de escalinatas que subían hasta un templo…!

 

 

¿He dicho un templo? Sólo se conserva un trocito de columna, un regalo. Y aquí es donde estoy ahora. Sentada, en lo alto, rodeada de romanos que vienen y van. Creo escuchar a Asdrúbal, el general cartaginés que merodea por la zona.

 

 

Tengo apoyada mi espalda a esa columna que fue observadora durante tantos siglos y que me cuenta bajito algunos secretos, mientras yo, dirijo mi vista a la cúpula de la basílica de la Virgen de la Caridad. ¡Recién reformada, qué bonita está!

Creo que es lo más cerca que estoy de tocar el cielo. Un lujo al alcance de todos, integrado en el centro de la ciudad.

 

 

Porque cuando subes al cerro del Molinete, sientes que todas sus etapas siguen ahí, superpuestas como capas de pintura.

Sólo tienes que observar lo que fueron aquellos molinos, de los que aquí sólo quedan dos. Molinos harineros, de ahí lo del Molinete.

 

 

¿Sabéis que ese molino que molía el grano para el bizcocho llegó a ser una ermita? La ermita de San Cristóbal. Por eso ahora la observamos con una pequeña cúpula. ¿Y que también este molino fue fundamental para guiar a los barcos para su entrada a puerto? Incluso cuentan que en las cartas de navegación indicaban que era una de las referencias a tener en cuenta para llegar sin incidencias.

 

Y es que en este paseo tranquila, no he perdido detalle. Ni de ese trocito del barrio que se ha dejado visible para mantener viva la historia.

Ni del refugio con una escalera de entrada  y con estancias abovedadas para una mayor resistencia a los bombardeos en la guerra civil.

Nuestra bonita ciudad fue de las más bombardeadas en aquella guerra.

 

 

 

 

No dejéis de venir, de día o de noche. Porque la magia de la luz ha llegado al Molinete, y se va encendiendo a vuestro paso, para mostrar esa historia escondida de siglos atrás.

 

 

Porque el Molinete, como buen cartagenero de piedra y vida, sabe contar historias. Y cada vez que subes te regala una nueva. O te devuelve una antigua. Y eso, al final, es lo que lo hace especial.

 

 

LA VENTANA DE EVA

EVA GARCÍA AGUILERA