EL SUEÑO
EL SUEÑO
A veces me encantaría no soñar. Aunque dicen que todos lo hacemos, pero sólo algunos los recordamos. Tengo noches de sueños dulces. Otras de caos en las que llego tarde a los sitios. Y algunas en las que me despierto e intento atraparlos antes de que desaparezcan.
Ese poder tiene nuestra mente. Creamos historias, incluso dormidos.Como decía Calderón de la Barca: “toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
¿O quizá no?
Estábamos en una fiesta en un pueblo con encanto, de esos que salen en las guías de viajes. De los que se llenan de tradiciones y, en noches como aquella, de bailes y de gente riendo.
A lo lejos, mujeres con mandiles blancos, impolutos, planchados con esmero, preparaban una gran chocolatada. Para que justo a las doce de la noche sonaran todos los cláxones al mismo tiempo y el chocolate caliente se repartiera en vasitos. Mientras la música y el baile seguían y seguían.
En un instante me vi dentro de una conga larguísima, con mis labios todavía calientes de los pequeños sorbos que había dado a aquel chocolate que el señor más anciano del pueblo me había ofrecido.
De repente te vi. Pero en un instante desapareciste de mi vista. Te busqué pero no te encontraba. Muchos de los habitantes de aquel lugar entrañable te conocían. Me di cuenta cuando se acercaron a saludarte con admiración un rato antes, cuando te escabullías del bullicio.
Corrí entre la gente y logré alcanzarte justo cuando intentabas marcharte sin hacer ruido, silencioso…
Te pedí que te quedaras. Que por una vez participaras en este encuentro en una noche de luna llena, de alegría… Que te soltaras de la misma manera que lo hacías con tus palabras sobre una página en blanco.
Sonreíste, tímidamente pero lo hiciste. Volviste al grupo, disfrutaste, incluso participaste en un truco de magia, olvidando esa timidez que a veces te acecha.
- ¡Vamos, hay una feria y puestos de algodón de azúcar!- te dije eufórica.
- No me gusta nada el algodón, es pegajoso y demasiado dulce- me contestaste.
Te dije que a mí me encantaba y que me trasladaba a mis años de niña. Cuando la vida eran dos coletas, la luz de una mirada y muchos sueños.
Me cogiste de la mano, y me llevaste hasta un kiosco de globos de color amarillo, llenos de helio. Y me animaste a elegir uno tirando de una cuerda.
Había muchísimos, y confieso que hice algo de trampa. Tiraba flojito de un cordón, lo suficiente para ver qué globo bajaba. Hasta que encontré mi preferido, uno gordito que suponía que dentro llevaría un premio.
Y tiré hacia mí y el globo bajó. Tú lo pinchaste, dentro había un mensaje escrito en una hoja muy bien doblada. Me lo diste sin verlo.
Lo leí sin hablar. Quería saber antes que tú qué decía y jugar contigo. Tú me observabas. Mis ojos empezaron a releer muchas veces lo escrito, como si necesitara asimilarlo, sabiendo que significaba algo especial. Se me borró la sonrisa. Estaba impresionada.
Finalmente, levanté mis ojos hacia ti sosteniendo aún el papel en la mano. Intuía que mi mirada era brillante, emocionada. Movía los labios imperceptiblemente, repitiendo para mí lo que había leído.
-¿No me vas a decir qué pone?- me preguntaste. Tú sí intentabas sonreír.
Te miré como si acabaras de llegar.
-Ah, claro, sí, perdona…- Bajé la vista una última vez al papel y después te lo di sin decir nada.
Lo cogiste. Te notaba intrigado. Lo leíste:
“Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
Y mi ventura, inagotable y pura”.
Jorge Luis Borges
Carraspeaste antes de volver a mirarme. Mis pupilas se clavaban en las tuyas. Mis labios temblaban, aunque creo que sólo tú te diste cuenta. También los tuyos temblaban.
-Y ahora, ¿qué? – acertaste a balbucear.
Sonreí con tristeza. Bajé la mirada y me di la vuelta. Sabía que me mirabas mientras me alejaba. Oía risas a mi alrededor. La fiesta continuaba. Pero yo estaba segura de que tus labios seguían temblando como los míos. Sin ese beso que el poema no decía pero que nosotros guardábamos.
LA VENTANA DE EVA
EVA GARCÍA AGUILERA