FARO DE NAVIDAD, DONDE SUENAN LAS GAITAS

FARO DE NAVIDAD, DONDE SUENAN LAS GAITAS

FARO DE NAVIDAD, DONDE SUENAN LAS GAITAS

Paseaba tranquila aquella mañana soleada, tal era la fuerza del sol, que rebotaba el reflejo en el mar y se acercaba a dar brillo a un mechón de mi pelo que ondeaba con la brisa y el sonido de una música algo melancólica. La creí fruto de mi imaginación, integrada en ese pedacito de lugar especial donde me gusta acercarme cuando el mar está bravo, o como hoy, cuando sus suaves y lentos movimientos parece que se asoman a saludarme.

Miré hacia arriba, y me quedé con la mirada fija en aquel faro verde y blanco que tantas veces descubrí coqueteando y enviando mensajes al rojo. Me dio la sensación de que sólo yo escuchaba esas notas, que si agudizaba el oído me atrevo a decir que parecía una canción de la banda sonora de la película de “El último mohicano.

Ese día volví a casa con la mente inquieta, con la curiosidad empujándome a volver otro día. Y sucedió la magia de nuevo, pero esta vez no iba sola, me acompañaba un amante de la música de gaita al que al instante se le iluminaron los ojos al escucharla.” Viene del faro de Navidad, el viento la trae hasta aquí”.

Y así fue como entre mi curiosidad y la ilusión del amante de las gaitas, un día que paseábamos rodeando entre risas a nuestro FARO DE NAVIDAD, ese inconfundible sonido nos guió hasta el lugar donde la magia surgía.

Entre varios bloques y mirando al horizonte estaba él, soltaba notas musicales al aire para que volaran hacia los oídos selectivos que paseaban por toda nuestra ciudad.

Fue un regalo, un concierto privado que disfrutamos a unos metros de él sin que sintiera nuestra presencia.

Y entonces, como ya llevamos muchas historias compartidas, imaginaréis mis queridos lectores que esa silueta arropada por música volvería a mi recuerdo pronto, con esas ganas de saber más.

Era un dos de junio, bonito y soleado día de aniversario de boda, de paz, mar, desayuno con vistas a un crucero repleto de gentes sonrientes, y casi tropezamos con ellos. Digo ellos porque entonces habían dos, un gaitero y un tamborilero, menudo lujo. Tengo que ser sincera, en esa ocasión me tuvieron que empujar para ir a romper el hielo, y bueno, no sé si por la  posibilidad de conocer más sobre ellos o por hacerle a mi chico un regalo de aniversario improvisado: “un mini concierto de gaita sólo para él”.

Les conté entre risas que él siempre me dice que para su funeral quiere una banda de gaitas, y qué mejor que en vida. Nos intercambiamos el teléfono después de unos minutos agradables y….., y pasó el verano, y el frío del aire cortante de diciembre y enero en ese rincón precioso de la ciudad. Y sí, lo que estáis pensando, hace unas semanas que todo encajó y allí estábamos, mi gaitero, desde ahora Carlos, el chico del tamboril, desde ya Curro y yo, para siempre la caprichosa de bonitas historias e inesperadas casualidades.

¡Qué bonito cuando las personas conectan! Una cerveza, un café, un chupito de orujo para el frío y tres personas tranquilas, charlando con las mejores vistas y una agradable compañía.

Carlos me cuenta que ha sido profesor de inglés durante años en el Colegio Azorín, disfrutando con la enseñanza que él personalizó para sus alumnos que todavía hoy se los encuentra y siempre hay una sonrisa y alegría en sus caras.

Curro dice que siempre le gustó la gaita, pero superaba su presupuesto adjudicado a la música y se enganchó al tamboril.

Ambos empezaron y se conocieron en la asociación Sauces, pero cuando de verdad  han disfrutado de esta experiencia han sido los años que han formado parte de TABAIRE, donde me cuentan que son los últimos componentes del grupo.

Con Tabaire han sido protagonistas en la Ofrenda anual a la Virgen de la Caridad el Viernes de Dolores con los vecinos de San Antón. Nunca tuve la oportunidad de escucharlos ese día, y eso que mis hijas han ofrecido sus flores a la Virgen luciendo ese traje de cartagenera donde las lentejuelas son las mayores protagonistas. ¿Podéis imaginar por un instante la emoción de ese sonido dentro de la Basílica de la Virgen de la Caridad? ¡Ojalá y podamos recuperarlo pronto!

Me dicen que son fijos en la Fiesta de la Bruja. “¿Qué es eso?”, les pregunto. Y me cuentan que son las fiestas de una de nuestras localidades de la región, Alcantarilla. Y mira que tengo ganas de ir, porque tienen un programa de fiestas maravilloso, pero desconocía lo de las brujas. Ya tengo un plan cuando todo esto pase, iré a Alcantarilla y no perderé detalle de lo que allí ocurra.

De repente hay un silencio, los tres inhalamos ese olor a salitre que se funde entre los rompeolas y se queda allí para que no olvidemos de dónde venimos.

¿Por qué será que nos gustan los mismos lugares?, les vuelvo a preguntar. Y aunque tenemos alguna década de diferencia en las fechas de nuestro carnet de identidad, al final cuando eres gente de mar….

Carlos dice que él fue un ICUE, tal cual. Para los que no seáis de la zona, os cuento que icues eran todos aquellos niños que compartían travesuras y que se lanzaban al agua desde cualquier rincón del puerto y mucho más. Me cuenta que en la zona donde ahora brilla nuestra COLA DE BALLENA se bañaba y pescaba mejillones. Curro correteaba por CALA CORTINA, saltaba entre roca y roca y llegó a ser uno de los valientes que atravesó los refugios de la guerra civil por unos pasillos subterráneos.

A ver, yo soy más tranquilita, más de sentarme junto al mar a leer, a observar desde rincones especiales, de conversar.

¿Por qué el Faro de Navidad es el lugar elegido para regalar ese arte? Les hago esa pregunta porque creo que cuando eres reincidente en un  espacio que crees tuyo siempre hay un porqué detrás. Sin embargo entre risas me dicen que en casa sería imposible tocar la gaita, es un instrumento que no puedes variar el volumen y los vecinos ya lo hubieran echado de la comunidad. Que están cómodos porque tienen bancos donde apoyar sus cosas y un restaurante para que nunca falte la cerveza y el aseo. Pero no me convence, no, y entonces es cuando me cuentan que todos los bloques del rompeolas hace ya bastantes décadas estaban “asignados” a las familias. Allí se reunían en verano, asaban sardinas, pescaban y se lanzaban al agua. Y lo que más gracia me ha hecho, que las patas de las sillas las llevaban cortadas para ser adaptadas a los bloques. ¿Veis como al final terminamos en los sitios por algún motivo especial?

Y he dicho restaurante, porque aquí en el FARO DE NAVIDAD tenemos uno con historia, EL CHALÉ. Carlos dice que los dueños les llaman para inaugurar sus locales de restauración porque les dan suerte. Allí van mis dos nuevos amigos y hacen que la música suene y el lugar se convierta en parada obligadapara muchos, ya sea en LA UVA JUMILLANA a tomar unas bravas, en LA FUENTE a por esa deliciosa marinera con la mejor anchoa del lugar, BAR SOL…., ja ja, y dicen que cuando no han podido ir a alguna inauguración han terminado cerrando y que eso a su dueño le da mucho yuyu.

¿Y sabéis que es lo más bonito de este restaurante además de las vistas, que todo está muy rico y que sus dueños son la mar de simpáticos? Pues que hace muchos, muchos años, aquí hubo un balneario, al pie del monte de Galeras.

EL BALNEARIO DE SAN BERNARDO, ¿os podéis creer que no había visto fotos hasta ahora de este lugar? Pues así es, y ahora no puedo parar de mirarlas. ¡Qué sitio tan increíble!

Dicen que eran las clases más acomodadas las que disfrutaban de su tiempo de ocio junto al mar, pero con las comodidades que aquellas barracas les proporcionaban para protegerse del sol y sobre todo intimidad. Y como era de esperar por aquella época, tenían tres zonas: para hombres, para mujeres y para aquellas parejas que habían dado el sí quiero y podían compartir ese espacio.

Y me cuentan que había una terraza bar, madre mía, qué nivel. Y con orquestina. Pasar el día allí debía de ser como vacaciones en el mar, un lugar al que se accedía en lancha y donde aquellos cuerpos bronceados con bañadores de época disfrutaron hasta que después de la guerra civil desmantelaron el lugar.

Me quedo ojiplática, ¡cómo se supo sacar provecho a esta zona privilegiada!

Ahora entiendo que mis amigos Carlos y Curro estén por aquí como peces en el agua, que forman un estupendo tándem, que desprenden todo el arte del mundo, alegría, bondad. Y aunque ellos no fueran al balneario, hoy tienen adjudicado uno de aquellos bloques de su infancia para llenarnos de música toda la ciudad.

Y yo me marcho a casa contenta, porque hoy he tenido un ratito de exclusividad, donde han accedido a tocar esas canciones que creían olvidadas, pero que han sido incapaces de negárselas a alguien que les hacía ojitos para escucharlas. He aprendido que los escoceses tienen un referente, un poeta escocés, Robert Burns, autor de Auld Long Syne, poema que se ha convertido en un himno, es una canción de despedida. Y al escucharla…., vaya, es una canción que le cantaba mil veces a mi hermano de pequeño porque le daba sentimiento y lloraba, y yo, ale, se ve que me divertía y le hice mi propia letra y todo, que me la reservo, ja ja, que sé que os quedáis con las ganas.

Me ha contado Carlos que hay escoceses por la zona que le invitan a la Ceremonia de Haggish, y que él todo guapo con su falda plisada les deleita con su arte y les trae un trocito de Escocia aquí. Una ceremonia donde el poeta Robert Burns y el whisky son los protagonistas.

Y

Y corroborando mi despiste, sólo contar que Curro, además de tocar el tamboril, el bombo, el bodhran, escribir bonito y mil cosas más, es un actor de primera. Y como la vida nos regala casualidades, compartí escenario con él hace muy poquito donde disfruté de lo lindo y donde descubrí a alguien repleto de bondad. Digo lo de mi despiste porque estuve una tarde entera ensayando a su lado la obra de teatro y no le reconocí como el chico que tocaba el tamboril. Así soy, quiero creer que era por los nervios al debut teatral.

Y con eso me quedo hoy, con estas dos personas nuevas que la vida me regala, que ese día me hicieron sonreír y sentir que la vida es muy bonita, sobre todo entre almas generosas, mar y música.

FELIZ DOMINGO

EVA GARCÍA AGUILERA

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