HABÍA UNA VEZ UN FUERTE, AL QUE LLAMARON NAVIDAD

 

HABÍA UNA VEZ UN FUERTE, AL QUE LLAMARON NAVIDAD

Me es indiferente si es lunes o sábado, por la mañana o por la tarde. Si llego caminando, en coche o en barco. Este lugar es mágico. Hay un faro rojo que deslumbra en los días soleados y que se viste de olas de mar intensas cuando el viento deja de ser caricia.

Pescadores que se posan como sombras inamovibles allí donde a nuestro paso escuchamos sus historias. Justo ahí, donde me gusta asomar curiosa mi cabeza y observar a los erizos de mar sobre los bloques de hormigón. Bolitas negras con mil púas que nunca se libran del objetivo de la cámara de fotos que cuelga de mi cuello.

Inicio mi camino hacia el lugar más alto. Observar desde arriba lo cambia todo. Le mando desde allí un beso a mi otro faro, el de Curra. Él también es especial. Creo que está un poco celoso. Me ha regalado momentos inolvidables y reconozco que últimamente lo tengo un poco abandonado. Te prometo que esta semana iré a verte, tengo un secreto que contarte.

Sin darme cuenta estoy frente a una gran puerta, con signos de óxido, pesada. Camino segura hacia dentro. Hacía tiempo que quería venir y perderme entre tus muros de espesor desmedido. Deambular sin prisa, escuchar tu historia, observar de lejos a oficiales y soldados, en silencio, pasando desapercibida.

¡Qué bonito nombre tienes! FUERTE DE NAVIDAD. La única fortaleza defensiva de la ciudad que nos abre sus puertas para disfrutar de cada rincón.

¿Sabéis que estuvo en funcionamiento hasta 1941? Será por eso por lo que cuando cierro los ojos todavía escucho a los soldados caminar, entrar y salir de las casamatas.

Sí, casamatas. Porque este lugar de estilo neoclásico de finales del siglo XVIII,de forma angular y vértice curvo con vistas al mar, es de construcción “acasamatada”.

¿Os cuento lo que es una casamata? Esta fortaleza tiene ocho, que se comunican entre ellas.

Muchos seguro que lo sabéis. Son unos espacios abovedados muy resistentes que permitían instalar piezas de artillería. Y yo he tenido la suerte de disfrutar de un cañón que se posa sobre una base giratoria para realizar un desplazamiento fácil y ¡“ boom”!

Me cuentan que preparar el cañón para disparar era complicado y que podían pasar entre quince o veinte minutos entre un disparo y otro.

Menos mal que las casamatas estaban bien acondicionadas, con una gran ventilación para que el humo desapareciera después de la gran explosión. Unas ventanas amplias lo hacían posible.

¿He dicho ventanas? Os voy a contar una cosa. Pero no una cualquiera, sino una de las que me hacen feliz y que me mantuvo en aquel lugar más tiempo del que hubiera imaginado.

Estaba yo en la casamata y desde el ventanal se veía el mar. De repente, avanzando dos pasos  apareció ante mis ojos: ¡el faro de Navidad! Allí,  tímido, lejano, observado por mis ojos muy abiertos y mi sonrisa fascinada. Reconozco que en el resto de casamatas jugué al mismo juego. Si me quedaba quieta, el mar inmenso aparecía frente a mí. Si daba dos pasitos a la derecha, él aparecía de forma mágica.

Y no fue lo único a lo que jugué. Una gran maqueta de nuestra querida ciudad con un montón de botones me esperaba. Presioné el primero y encendí la luz verde del faro de Curra. A ese le siguieron todos los demás, construyendo en un instante una fiesta de luces de colores sobre nuestro puerto y sus fortalezas defensivas. Aquellas con las que la batería de Navidad cruzaba fuegos con Santa Ana y Trincabotijas en el siglo XVIII y también en el XIX.

Me cuenta mi amigo Juan Andrés, un amigo de la adolescencia y gran conocedor de estas baterías de costa, que por entonces, Navidad y el resto de las baterías existentes, eran las típicas baterías del siglo XVIII. Una terraza artillera con sus merlones y muro de parapeto en el frente de mar y muro de cierre en su gola. Y que no queda ninguna en Cartagena porque todas fueron reformadas.

Porque estos lugares defensivos necesitaron adaptarse a la evolución de la artillería, por lo que fueron reformados varias veces en la segunda mitad del   siglo XIX y alguna de ellas a principios del XX. Incluso me cuentan que en el siglo XX , con la modernización de la defensa de costas de las décadas de 1920 y 1930, la ciudad de Cartagena recibió 20 cañones Vickers que tenían un alcance entre 21000 Y 35000 metros, llegando a disparar proyectiles que pesaban 885 kilos.

¿Sabéis que hay algo que ha permanecido prácticamente intacto? El polvorín.  Cualquiera no asoma la cabeza y con la curiosidad en aumento se cuela en un instante en su interior. Creo que este lugar me viene “al pelo”. Tengo un amigo especial que dice que soy una “polvorilla”.

Jaja, polvorilla no sé, pero he acelerado el paso hacia unas escaleras de caracol que me atraen especialmente. Mis pasos caminan y yo me engancho a ellos, dando rienda a mi imaginación.

¡Vaya, vaya! Las letrinas y la cocina  en el piso de arriba. ¡Qué digo yo!, menuda caminata cuando estuvieran cargando de pólvora un cañón en una de las casamatas  y al soldado le entraran ganas de hacer un pis. ¡No he dicho nada!, perdonad….

Pero teniendo en cuenta que los soldados disponían de unos agujeros en el suelo con desagüe al mar, poco les hubiera costado poner unos agujeritos más en la parte baja. Eso sí, los oficiales disponían de unos banquitos. ¡Siempre ha habido clases!

Y ahora que estoy aquí arriba, en una terraza impresionante, os voy a contar algunas curiosidades que han compartido conmigo.

Había varios tipos de reclutas. Los voluntarios, a los que les exigían ser católicos apostólicos y romanos, rezar el rosario y prestar un mínimo de 15 años de servicio. Ah, y no podían ser carniceros ni gitanos. ¡ Madre del amor hermoso!, jaja, me pongo religiosa para entrar en escena.

Luego estaban los quintos por sorteo y después, aquí viene otra buena, los levas. Los levas agrupaban a los vagabundos, vagos, borrachillos.

Llamadme loca, ¿no podías ser gitano o carnicero pero sí un hombre que empinaba el codo por las esquinas? En fin, como digo a veces, corramos un tupido velo.

Dicen que en tiempos de guerra el Fuerte de Navidad albergaba unos 30 soldados, pasando a una docena en época de paz.

Que el oficial llevaba sable y los soldados fusil.

Y que la jerarquía se reflejaba hasta en el descanso. El soldado tras el toque de diana izaba la bandera y comenzaban sus labores de limpiar letrinas, mantenimiento de los cañones…

No tenían los pobres ni un lugar para comer. Me he metido en la cocina y he visto la despensa. El arroz y las patatas me cuentan que era la base de la alimentación. Y dicen que probablemente comían en las escaleras de peldaños amplios, donde seguramente sería para ellos lo que es para nosotros el sofá de nuestra casa.

Y por eso, me cuenta mi amigo Juan Andrés, que se construyó el Cuartel Defensivo de Fajardo. Para alojar a la tropa que servía en las baterías del Frente Derecho al puerto. A las que acudían en caso de alarma o a sus quehaceres diarios en tiempos de paz, permaneciendo una pequeña guarnición de guardia en ellas el resto del tiempo. ¡Ayyy, cuánto aprendo con este chico!

Así que después de saber que la batería protagonista de hoy, Navidad, conserva la estructura más antigua de todas las que defendían el puerto de Cartagena, me quedo un rato en la terraza, sin sentir, sin soñar, llena de la voluptuosidad de no pensar.

No he encontrado mejor frase para expresar lo que he sentido hoy en este lugar, que con uno de los versos que recité con mis compañeros del Teatro del Desván meses atrás. Para los que fuisteis a vernos, seguramente estaréis pensando que tenía que haber venido en un día de lluvia.

FELIZ DOMINGO, muy cercano a Navidad.

EVA GARCÍA AGUILERA.