¿UN PASEO POR EL BARRIO?

 

 

¿UN PASEO POR EL BARRIO?

 

 

Me encanta observar mi ciudad desde lo alto, todo se ve diferente. Personas que van y vienen, coches que parecen hormigas de colores tocando el claxon por el estrés diario, y luego está todo aquello que un día se detuvo sin más y permanece a la vista de todos para viajar en el tiempo. Cartagena es un regalo para soñar, para permanecer en silencio y escuchar todo aquello que siglos atrás se contaba flojito o a gritos. Por eso desde lo más alto del Cerro del Molinete, me siento y apoyo mi espalda sobre los restos de una columna donde quién sabe si hace muchos siglos alguien también la utilizó como yo, para encontrar la paz y el silencio, con la cúpula de la Iglesia de la Virgen de la Caridad de fondo y con un barrio a mis pies, donde una vez hubo tanto alboroto e historias entrelazadas.

 

 

 

 

El Molinete es una de las “cinco colinas” que bordean nuestra ciudad, y es la más bajita de todas. Cuando era pequeña y escuchaba hablar de   “El Molinete”, pensaba en un lugar inseguro, marginal, y es que ya desde finales del siglo XIX  este barrio humilde era el lugar de encuentro entre marineros y prostitutas, de casas de citas donde aquellos trabajadores de la explotación minera y marinos buscaban…, bueno, ya sabemos todos lo que allí “se cocía”.

Pero hoy, gracias a la decisión de muchos, podemos disfrutar de este trocito de nuestra historia, donde al subir, las mariposas de colores alegres que tanto me gustan posan para mí, y una alfombra de flores rojas me da la bienvenida.

 

 

He dicho antes que desde arriba observo un barrio a mis pies, y así es, EL BARRIO DEL FORO ROMANO. Y sin darme cuenta, bajo siguiendo la senda de flores rojas que tanto me impresionó al subir, y en un momento cierro los ojos y puedo escuchar y sentir  esas voces del pasado.

 

 

Porque estoy inmersa en nuestra historia, y me dejo llevar entre las columnas  del Santuario de Isis, a la que se le hacía el culto al amanecer en una ceremonia donde el canto y la danza eran los protagonistas. Y donde justo delante del templo y bajo el suelo, fueron localizadas cuatro cisternas abovedadas encargadas de recoger el agua de lluvia y donde yo hoy me asomo y descubro.

 

 

¡Ummm!, noto ese vapor de agua, ese sonido burbujeante. Me acerco tranquila, y frente a mí los veo sumergidos en aguas a distintas temperaturas, con esas sandalias de suela de madera para no quemarse los pies. Unos se relajan ajenos a mi mirada, otros cierran negocios mientras alternan vapor y agua fría. Hombres y mujeres acuden a distintas horas para disfrutar de estas aguas termales del siglo I dC, porque no les está permitido coincidir.

 

 

Me quedo inerte a la entrada, en el patio porticado. Allí puedo ver que tienen una sala de agua fría que usan también como vestuario, una templada y una caliente. El sistema para caldear las salas calientes era complejo para la época, a base de hornos alimentados de leña, canalizaciones subterráneas…

Y sigo mi paseo, paseo que me conduce a un pozo. Un pozo en medio de un patio que distribuye de una manera simétrica cuatro salas.

 

 

Estoy en el edifico del Atrio, la música suena una y otra vez hasta que consigo seguir la melodía.  Se celebra un banquete, donde ocho comensales alrededor del salón y tumbados hacia una lado sobre su lecho disfrutan de comida y bebida. Racimos de uvas y carnes parece que dibujan un lienzo sobre las paredes en tonos ocres y rojos. Abro mucho los ojos, porque  me quedo prendada con las decoraciones pictóricas del lugar.

 

 

¿De dónde viene ese olor? Puedo oler a bizcocho y pan recién horneado,  aquel que se suministraba a los ejércitos y para el que se utilizaban los molinos harineros del Cerro del Molinete, y más de una veintena de hornos de cocción que estaban repartidos por toda la ciudad, llamados Tahona y que ahora podemos disfrutar de los restos de una tahona de los siglos XVII/XVIII justo aquí.

 

 

¡No es posible!, un cartel me indica que hay un taller de vidrio y me saca de mi recorrido. Perdonad, pero ya sabéis que vengo de familia artesana de tallado de cristal, y eso me hace acercarme rápida. Entonces pregunto y me cuentan que hubo una época en la que el santuario perdió su carácter sagrado, quedando abandonado y siendo ocupado por un taller artesanal. ¡Y todavía hoy podemos ver los restos de aquel horno donde se fundía el cristal antes de soplar! Un barrio muy pero que muy completo.

 

 

 

¿Y qué es eso que se escucha a lo lejos? Parece que hablan sobre algo pero no llegan a un acuerdo. Me adentro curiosa a la sala, hablan de presupuestos, de adjudicaciones y un nuevo nombramiento. Miro a mi alrededor, elevadas paredes, decoraciones de mármoles y una estatua de Augusto, que luce una toga senatorial por ser el primer ciudadano de Roma y cabeza velada.

 

Estoy en el aula de La Curia, allí donde el Senado desempeñaba sus competencias, y donde la belleza de su patio y ese aula de la que hablo me transportan al ruido de los carros sobre las calzadas de piedras de gran tamaño.

Y es lo que tiene soñar, imaginar, recordar e involucrarte en lo que tienes alrededor, que al final te sientes una pequeña parte de este todo inmenso que es nuestra historia.

 

 

Y quiero contaros un secreto, me encanta visitar y redescubrir mi ciudad sóla. Sí, completamente sóla, sin hora de entrada ni de salida, sin nadie que me espere mirando el reloj o que se  atreva a comentar si le estoy dedicando mucho o poco tiempo a algo que me llama la atención. Ese silencio, esa tranquilidad para disfrutar de lugares como estos, esa capacidad de mezclarte y entrar a la sauna con algún miembro del senado que discute sobre una decisión importante, sólo lo consigues cuando el tiempo se para y te dejas llevar.

 

 

Por eso hoy, voy dando saltos entre siglos, observo, imagino y me impresiono de estar donde estoy, de pisar lo que piso, del gran trabajo que se ha realizado durante años para que hoy, Cartagena presuma ante el mundo de estos restos donde arqueólogos, historiadores y un montón de expertos no dejan nunca de trabajar para limpiar, restaurar, cuidar y dar mimos a estas joyas que estuvieron escondidas mucho tiempo.  Porque Cartagena Puerto de Culturas, nuestro Ayuntamiento, luchan cada día para dar luz a nuestros tesoros, y porque en nuestro recuerdo no quiero olvidar a Blanca Roldán Bernal, una mujer luchadora y defensora del patrimonio arqueológico del Molinete, una arqueóloga a la que le debemos mucho y hoy sonríe feliz al observar a personas como yo disfrutando por este paseo por el barrio, el barrio de todos, el BARRIO DEL FORO ROMANO.

 

FELIZ DOMINGO

 

EVA GARCÍA AGUILERA.