España, América y la verdad de la Hispanidad
España, América y la verdad de la Hispanidad.
Mucha gente piensa que los españoles solo defendemos a España cuando se trata de Hispanoamérica. Pero no os equivoquéis. En mi caso hablo bien de España del mismo modo que hablo bien de cualquier otro país hispano, como podría ser México. Del mismo modo, hay hispanos que hablan bien de España, porque en muchos casos es una de sus dos raíces.
Lo bonito de España es que se replicó en América, pero nunca quedó igual. Lo que encontramos allí es algo familiar y distinto al mismo tiempo. Cuando los españoles viajamos al otro lado del Atlántico sentimos que todo se parece mucho a nuestra tierra, pero no es lo mismo. El mestizaje dio a cada país un folclore, un colorido y unas formas culturales propias. Esa es la esencia de América Hispana: parecerse a España, pero no ser España.Parecerse entre sí, pero no ser nunca idénticas.
En México, por ejemplo, hoy resulta difícil aceptar que sin España no existiría México tal como lo conocemos. Un amigo mexicano de 60 años me contaba que él creció escuchando hablar de “la madre patria”, algo casi impensable hoy en día por culpa de unos cuantos que quieren borrar esa gran historia compartida que tanto nos unió. Aunque yo creo que la metáfora va más allá: España no es la madre, es el padre patria. La madre es América y los hijos son los países que nacieron de esa unión.
España, como padre, simboliza la tradición grecorromana, el legado judeocristiano, el humanismo, el Renacimiento, las universidades… Todo eso quedó representado en figuras como Hernán Cortés, y toda esa semilla se regó en tierras americanas. Las madres fueron distintas en cada lugar de América, y por eso cada país se parece a España, pero no es igual, se parecen entre sí, pero tampoco son idénticos. Esa es la maravilla del mestizaje: un continente entero lleno de maravillas hispanoamericanas, todas distintas, todas únicas.
Y si somos sinceros, hay que reconocerlo: América ganó mucho más que España en ese intercambio. América ya tenía sus paisajes, su fauna, su gastronomía y sus culturas ancestrales. Y además recibió todo lo que llegó de nuestro país.
España, en cambio, se llevó muy poco. Sí, algunos alimentos que hoy nos parecen básicos, como el tomate, el cacao o la patata. Pero poco más. Al menos no hicimos como los ingleses, que dominaron medio mundo y, aún así, siguen comiendo fish and chips.
Una joya compartida. Eso es lo que hace tan valiosa a la Hispanidad: que no es algo solo español, sino una construcción común. Es un legado compartido que, con sus luces y sombras, creó una civilización nueva. Y conviene recordarlo en estos tiempos de ruido y división: lo que nos une es infinitamente mayor que lo que nos separa.
Porque al final, la Hispanidad no es una herencia de un pueblo sobre otro, sino la obra conjunta de ambos. Es el padre, la madre y los hijos. Es la memoria viva de lo que fuimos capaces de construir juntos. Y mientras haya alguien que hable español, que cante un corrido, un flamenco o una zamba, esa historia seguirá latiendo.
Daniel Collado