Alicia en Torrepacheco

Juan M. Uriarte

 

Hoy es catorce de julio. Fiesta nacional francesa. El pueblo se echó a la calle y tomó La Bastilla. La violencia justificada porque expresaba una voluntad popular o expresión de un genuino derecho primario. En España la segunda república fue también iniciada desde las calles, no primariamente por los cauces de transición constitucional. La invocación al pueblo y a la calle como agente político directo soberano es problemática. A mí no me emocionan las invocaciones de jarabe democrático, que decía Pablo Iglesias Turrión. Las algaradas recientes en Torre-Pacheco no pueden tampoco ser despachadas como eventos azarosos de gente rural y extremista. Es éste un municipio de casi cuarenta mil personas, en el que uno de cada tres vecinos resulta ser de origen extranjero (nacidos fuera de España). Sus habitantes no son intrínsecamente malvados ni agresivos; no obstante, los seres humanos no somos ajenos a nuestro ethos, tradición y costumbres. Los eventos sociales, ahora en Torrepacheco, son síntomas de problemáticas fuera de relato o directamente negadas por el voluntarismo de Alicia.

 

 

En asuntos de inmigración, las democracias liberales están con frecuencia atrapadas en retóricas estériles y voluntaristas. Europa pretende solventar su egoísta baja natalidad con inmigración, pero no sabe cómo regular ésta. ¿Fronteras abiertas sin límite?: A Alicia le suena bien. Sin embargo, no es lo mismo aprobar viajes turísticos o empresariales sin visado, que un automático derecho a residir, o que poseer un instantáneo derecho a trabajar; no es igual entrar por la puerta preguntando, que saltarse las normas; no es igual acoger un refugiado político, que llamar refugiados a todos ellos; no es idéntico la excepción de la regla, que convertir en regla lo excepcional. No es lo mismo vivir en el país que te acoge, integrándose y aprendiendo su lengua, respetando sus costumbres y adecuando tu propia idiosincrasia al país que generosamente te recibe, que vivir en un ghetto cultural-idiomático en un permanente victimismo, disfrutando de las garantías y derechos que la persona humana posee en Occidente por el hecho de ser persona. No parece sensato irse del propio país natal por la mala situación económica y deficiente dignidad de los derechos humanos, sin reconocer y alegrarse -no solo por la mejor renta per cápita- sino por unos derechos humanos inalienables de cada persona.

Convivir no es algo sencillo, cualquiera que no viva solo lo sabe. La inmigración, en cualquier lugar del mundo, puede ser un asunto potencialmente problemático. Afirmar esa frase no debería ser objeto de crítica, pues no alude a culpabilidad de ningún tipo. Se trata de afirmar que el movimiento de personas entre países puede ser conflictivo. No es lo mismo mover cosas o mercancías que hombres y mujeres, familias, niños; los seres humanos tienen una dignidad que los diferencia de los objetos: se trata de personas. Las personas tienen una dignidad desde que son embriones hasta su muerte natural, y todos ellos nos interpelan.

En España (y en Europa) tenemos una inmigración importante y unos flujos difíciles, no ordenados. Es un asunto difícil y hay que reconocerlo por todos. Podemos discrepar en muchas cosas, pero convendría no hacerse trampas en el solitario ni quedarse en la felicidad de Alicia. Por ejemplo: La inmigración es más problemática para los receptores cuando se superan determinados porcentajes de población extranjera; el tamaño sí importa. Por encima de determinados porcentajes, la convivencia es más difícil, aunque Alicia lo niegue feliz. Otro tabú: La integración de la inmigración en España es más dificultosa si es de origen magrebí que si el país de origen es hispanoamericano. El acervo cultural cristiano y el idioma nativo común español lo facilitan muchísimo; siempre he pensado que nuestros hermanos hispanoamericanos deben tener más facilidades legales en el proceso migratorio. Lo islámico está más cerca geográficamente, a solo catorce kilómetros por el Estrecho, pero es culturalmente heterogéneo. No afirmo que no deban aceptarse inmigrantes magrebíes; hablo de discriminación positiva hacia los de origen iberoamericano.

¿Quién es pues Alicia? El Pensamiento Alicia es un concepto del filósofo Gustavo Bueno, que introdujo en la época del presidente Zapatero y hoy traigo a colación de Torrepacheco. Alicia es ese pensamiento a la manera del mundo de la novela de Carroll Alicia en el país de la maravillas, donde todo es alcanzable sin esfuerzo en una racionalidad simplista. Alicia está hoy en sesudos políticos que creen que los cambios suceden mágicamente, ignorando las dificultades. La inmigración, por ejemplo, no debería generar problema alguno nunca, pues la convivencia humana per se no tiene dificultades.  Basta querer la armonía, para que ésta aparezca. Alicia dice lo que quiere y le gustaría, pero no la manera de lograrlo concretamente analizando sus dificultades, desconoce la naturaleza frágil de la vida. Puro voluntarismo. El papel lo aguanta todo.

Torrepacheco como síntoma. Hay que condenar los actos de racismo o intolerancia, así como una posible kale borroka islamista. Es del todo inadecuada una política de muros que pretenda una especie de pureza hispánica, del mismo modo que sostener la inexistencia de unos límites fronterizos, como si fuéramos simplemente abstractos ciudadanos de un mundo gaseoso, o astronautas sin patria de un cosmos infinito sin nacionalidades ni lenguas ni culturas. ¡Alicia, qué buena novela, que preciosa película!