PENSANDO EN VOZ ALTA: REFLEXIONES SOBRE EL LIBRO
PENSANDO EN VOZ ALTA
REFLEXIONES SOBRE EL LIBRO
Finalizada la ‘Feria del Libro’ de Cartagena ayer domingo, día 19, me apetece reflexionar sobre el protagonista principal de la misma: El libro.
Es un objeto que, pese a las múltiples “amenazas” sobre su extinción, continúa formando parte fundamental de nuestra sociedad y de nuestra cultura: el libro. Y es que podrán cambiar muchas cosas, pero, mientras existan esos seres extraños llamados lectores, el acto literario esencial permanecerá vigente e inalterado por la fuerza misma de quién, como yo, no concebimos nuestra existencia sin la presencia constante de ese acto: Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta. No hay una unánime historia de la lectura, sino tantas historias como lectores. Compartimos ciertos rasgos, ciertas costumbres y formalidades, pero la lectura es un acto singular. No soñamos todos de la misma manera, no hacemos el amor de la misma manera, tampoco leemos de la misma manera. Los libros que atraviesan nuestras vidas son, para cada uno de nosotros, maravillosamente diversos.
Estarán conmigo que todo tiene su tiempo determinado; igualmente, sabemos que cada ocasión tiene su libro. Pero no todo libro, por supuesto, conviene a cualquier momento de nuestra vida. Hay libros para después de hacer el amor y libros para armarse de paciencia en el aeropuerto, libros para la mesa del desayuno y libros para el cuarto de baño, libros para las noches de insomnio en casa y para los días de insomnio en el hospital, y no pueden ser intercambiados. Nadie, ni siquiera su propio lector, puede explicar cabalmente cuáles libros conviene a ciertos momentos y cuáles no. De manera misteriosa, algo inefable hace que ocasiones y libros se acuerden o se opongan.
Un libro es el nexo de unión entre un escritor con sus lectores; esta relación es una simple cuestión de vida o muerte. Si el escritor es leído, vive; si no, muere. Nada ni nadie influye en esa despiadada decisión, salvo el lector. El azar, las listas de betsellers, las obligaciones escolares, el fanatismo político o religioso y la publicidad pueden hacer que durante un tiempo el escritor quede en suspenso animado, ni muerto ni vivo, hipnotizado en el umbral del reconocimiento, pero, al fin y al cabo, sin la sostenida lectura de su público, el escritor acabará en una inmunda y pútrida masa informe. Pero, todo escritor encuentra, a lo largo de su carrera, algunos notables lectores… cambiarán ciertos instrumentos de escritura, cambiarán ciertas técnicas editoriales, pero, esencialmente, el acto literario no cambiará.
Somos criaturas de palabra, nacemos con el don de la palabra, vivimos a través de la palabra, conocemos y damos a conocer nuestras experiencias con la palabra, y solo cuando morimos perdemos la palabra. Y, dicen algunos, ni siquiera entonces: las almas que Dante encuentra en la ‘Ultratumba’ siguen haciendo literatura. El libro y la lectura son esenciales, la que nos lleva a crear, en todo sitio en el que nos asentamos, lugares para leer. Las sociedades del libro, para las cuales la memoria es confiada al texto escrito, buscan en la lectura un diálogo con el pasado. La biblioteca, si bien reside en un lugar determinado, asume para sus lectores una geografía universal, puesto que la palabra escrita elimina las fronteras. Las palabras leídas convierten al lector en un viajero mágico, en nómadas literarios. Los libros siempre nos acompañan. Las ‘ferias’ facilitan dicha compañía. Los pueblos de Mesopotamia llevaban tabletas de arcilla al sitio de sus nuevas fundaciones para transmitir la enseñanza de sus leyes y de sus ritos mágicos. Los reyes egipcios creaban bibliotecas en las ciudades más lejanas de su reino y sobre los dinteles escribían «Clínica del Alma», según cuenta Diodoro Sículo. En el siglo X, Abdul Kassem Ismael, gran visir de Persia, para sentirse por doquier en casa, viajaba con su biblioteca de 117000 obras cargadas a lomo de 400 camellos entrenados a marchar en orden alfabético.
¿Qué hace que compremos un libro u otro? Veamos: el lector mareado por la cantidad de títulos que impúdicamente se le ofrecen desde los escaparates de las librerías, y las casetas “feriales”, se deja seducir por aquellos con las cubiertas más vistosas o más originales, más elegantes o más audaces. Para quién nada sabe de un cierto libro (título misterioso, autor desconocido, editor ignoto), la cubierta ilustrada insinúa el contenido, como en una suerte de adivinanza iconográfica ofrecida a la perspicacia del lector. La cubierta de un libro tiene algo de documento de identidad, emblema y resumen del libro mismo, una imagen que define y tal vez hasta usurpa la autoridad del texto.
¿Qué es el placer de la lectura? ¿En qué consiste ese extraño sentimiento de intimidad compartida, de sabiduría regalada, de maestría del mundo a través de un mero juego de palabras, de entendimiento adquirido como por acto de magia, de manera profunda e intraducible? ¿Por qué nos lleva, a lo largo de nuestra vida, a rechazar ciertos libros sin misericordia y a coronar a otros como clásicos de nuestra devoción si algo en ello nos conmueve, nos ilumina, pero sobre todo nos deleita? Como lectores nuestro poder es aterrador e inapelable. No nos enternecen ni las súplicas de los críticos ni las lágrimas de los lectores que nos han precedido. El placer de la lectura, que es fundamento del arte de cada lector, se muestra variado y múltiple.