La disponibilidad total: cuando el compromiso se convierte en sumisión
La disponibilidad total: cuando el compromiso se convierte en sumisión
Jordi Margalef – Secretario de Comunicación del Sindicato de Trabajadores (STR)
Hace pocos días, el empresario José Elías, millonario, presidente de Audax Renovables y de la cadena La Sirena, protagonizó un artículo en la prensa económica a raíz de unas declaraciones que han encendido el debate laboral. Tal como recogía el artículo, Elías explicaba que, cuando contrata a un directivo, “lo llamo el primer sábado que va a trabajar y cuento los tonos que tardas en responderme”, afirmando que “ya me estás respondiendo implícitamente cuál es tu nivel de implicación conmigo”.
Elías presenta este modelo como una nueva ética laboral: trabajadores —o directivos— disponibles las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, sin horario ni límites. Lo reconoce como “políticamente incorrecto”, pero lo defiende como una muestra de compromiso y lealtad empresarial. El problema es que esta supuesta “disponibilidad total” no es ningún valor: es una renuncia de derechos.
Lo que hay detrás de este discurso no es una llamada a la responsabilidad, sino la sacralización del trabajo. Es la vieja idea de que el buen empleado es aquel que vive para su empresa, que responde siempre, que no desconecta nunca. Pero el trabajo no puede convertirse en una religión. El tiempo personal, el descanso, la familia y la salud no son ningún lujo. Son derechos básicos que nadie debería tener que justificar. Para rematar, Elías afirma: “Si tengo que llamar a mi director general el sábado a las once de la noche, el tío me tiene que coger el teléfono porque si no, no me vale para eso.” Estas palabras, que él presenta como un indicador de compromiso profesional, son en realidad la glorificación de una cultura de disponibilidad absoluta que confunde implicación con sumisión. Y cuando eso se convierte en norma, la frontera entre implicación y explotación desaparece.
Para que no se me acuse de quedarme solo con el titular, escuché íntegramente el podcast de donde se extraen estas declaraciones. Y, lejos de suavizarlas, el contexto aún refuerza más la idea central: lo que Elías describe no es un equipo de trabajo, sino una relación que se parece mucho más a la de unos socios, personas dispuestas a responder siempre porque comparten riesgo, propiedad y beneficio. Pero ese no es el vínculo que establece una empresa con sus trabajadores. Un empleado puede implicarse, puede ser responsable y comprometido, pero no puede asumir una vida 24/7 por un salario. Si lo que se quieren son “socios”, hay que ofrecer condiciones de socio. Si no, no se puede exigir que vivan la empresa como una causa personal.
Desde el Sindicato de Trabajadores lo decimos claro: un trabajador puede estar comprometido, pero no esclavizado. Un sueldo, recordemos, es a cambio de unas responsabilidades. Y, en el mundo civilizado y en las empresas serias, de un horario y/o un tiempo dedicado, que contempla excepciones si están debidamente remuneradas. Qué casualidad que la exigencia de flexibilidad siempre caiga hacia abajo. Los que mandan llaman de noche. Los que obedecen contestan. Y después, al día siguiente, tienen que hacer ver que es “vocación”.
La cuestión no es solo laboral. Es cultural y social. Si aceptamos que el compromiso implica estar disponibles siempre, acabaremos erosionando el derecho a la desconexión, a la salud mental y a la conciliación. El modelo de Elías —que hoy parece anecdótico— es el mismo que ha llevado a miles de trabajadores a la fatiga crónica, al miedo a no ser lo suficientemente productivos y a la imposibilidad de separar vida y trabajo. Desde el Sindicato de Trabajadores defendemos otro modelo: el del compromiso corresponsable. La disponibilidad no puede ser obligación, sino un acuerdo voluntario y compensado; la implicación no puede sustituir a la retribución justa ni a la estabilidad laboral; y el respeto al tiempo personal es una condición de salud y dignidad, no un privilegio.
Los empresarios que realmente creen en el talento deberían entender que el compromiso nace del respeto, no del miedo. Que los trabajadores comprometidos no son los que contestan llamadas a medianoche, sino los que pueden trabajar en paz, con condiciones justas y previsibles. Si queremos una economía sostenible, no necesitamos “directivos que contesten a la primera”, sino empresas que no llamen a las once de la noche. Y eso, lejos de ser “políticamente incorrecto”, es simplemente humano.
Jordi Margalef – Secretario de Comunicación del Sindicato de Trabajadores (STR)
Hace pocos días, el empresario José Elías, millonario, presidente de Audax Renovables y de la cadena La Sirena, protagonizó un artículo en la prensa económica a raíz de unas declaraciones que han encendido el debate laboral. Tal como recogía el artículo, Elías explicaba que, cuando contrata a un directivo, “lo llamo el primer sábado que va a trabajar y cuento los tonos que tardas en responderme”, afirmando que “ya me estás respondiendo implícitamente cuál es tu nivel de implicación conmigo”.
Elías presenta este modelo como una nueva ética laboral: trabajadores —o directivos— disponibles las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, sin horario ni límites. Lo reconoce como “políticamente incorrecto”, pero lo defiende como una muestra de compromiso y lealtad empresarial. El problema es que esta supuesta “disponibilidad total” no es ningún valor: es una renuncia de derechos.
Lo que hay detrás de este discurso no es una llamada a la responsabilidad, sino la sacralización del trabajo. Es la vieja idea de que el buen empleado es aquel que vive para su empresa, que responde siempre, que no desconecta nunca. Pero el trabajo no puede convertirse en una religión. El tiempo personal, el descanso, la familia y la salud no son ningún lujo. Son derechos básicos que nadie debería tener que justificar. Para rematar, Elías afirma: “Si tengo que llamar a mi director general el sábado a las once de la noche, el tío me tiene que coger el teléfono porque si no, no me vale para eso.” Estas palabras, que él presenta como un indicador de compromiso profesional, son en realidad la glorificación de una cultura de disponibilidad absoluta que confunde implicación con sumisión. Y cuando eso se convierte en norma, la frontera entre implicación y explotación desaparece.
Para que no se me acuse de quedarme solo con el titular, escuché íntegramente el podcast de donde se extraen estas declaraciones. Y, lejos de suavizarlas, el contexto aún refuerza más la idea central: lo que Elías describe no es un equipo de trabajo, sino una relación que se parece mucho más a la de unos socios, personas dispuestas a responder siempre porque comparten riesgo, propiedad y beneficio. Pero ese no es el vínculo que establece una empresa con sus trabajadores. Un empleado puede implicarse, puede ser responsable y comprometido, pero no puede asumir una vida 24/7 por un salario. Si lo que se quieren son “socios”, hay que ofrecer condiciones de socio. Si no, no se puede exigir que vivan la empresa como una causa personal.
Desde el Sindicato de Trabajadores lo decimos claro: un trabajador puede estar comprometido, pero no esclavizado. Un sueldo, recordemos, es a cambio de unas responsabilidades. Y, en el mundo civilizado y en las empresas serias, de un horario y/o un tiempo dedicado, que contempla excepciones si están debidamente remuneradas. Qué casualidad que la exigencia de flexibilidad siempre caiga hacia abajo. Los que mandan llaman de noche. Los que obedecen contestan. Y después, al día siguiente, tienen que hacer ver que es “vocación”.
La cuestión no es solo laboral. Es cultural y social. Si aceptamos que el compromiso implica estar disponibles siempre, acabaremos erosionando el derecho a la desconexión, a la salud mental y a la conciliación. El modelo de Elías —que hoy parece anecdótico— es el mismo que ha llevado a miles de trabajadores a la fatiga crónica, al miedo a no ser lo suficientemente productivos y a la imposibilidad de separar vida y trabajo. Desde el Sindicato de Trabajadores defendemos otro modelo: el del compromiso corresponsable. La disponibilidad no puede ser obligación, sino un acuerdo voluntario y compensado; la implicación no puede sustituir a la retribución justa ni a la estabilidad laboral; y el respeto al tiempo personal es una condición de salud y dignidad, no un privilegio.
Los empresarios que realmente creen en el talento deberían entender que el compromiso nace del respeto, no del miedo. Que los trabajadores comprometidos no son los que contestan llamadas a medianoche, sino los que pueden trabajar en paz, con condiciones justas y previsibles. Si queremos una economía sostenible, no necesitamos “directivos que contesten a la primera”, sino empresas que no llamen a las once de la noche. Y eso, lejos de ser “políticamente incorrecto”, es simplemente humano.