EL GRAN HOTEL

Eva
Eva

EL GRAN HOTEL

 

Desde niña me ha gustado mirar hacia arriba cuando caminaba por las calles de mi ciudad. Y si hay un lugar especial que siempre me llamó la atención, ese es el Gran Hotel.

Desde fuera imaginaba a las señoritas de la época, en aquellos bailes en salones bañados por la luz de lámparas de mil cristales.

Tertulias, banquetes… Daría lo que fuera por subir y bajar esas escaleras y escuchar alguna de aquellas conversaciones.

Cuentan que Celestino Martínez, un empresario afincado en La Unión, visitaba la ciudad de Cartagena de manera habitual, por motivos de negocios. Y que en una de esas visitas, la lluvia incesante le hizo buscar un lugar para quedarse a dormir. Tarea complicada, todo estaba con el cartel de completo aquella noche, y este gran hombre, inteligente y con visión emprendedora, tuvo claro que mandaría construir un hotel en esta ciudad marítima.

Y sí, su deseo se convirtió en realidad, aunque por desgracia Celestino Martínez fallecería antes de que esta joya de la ciudad fuera inaugurada.

 

 

Pero nos dejó la esencia que quería para nosotros. Se dejó llevar por la influencia parisina que tanto le gustaba, coronando esta gran obra arquitectónica con una cúpula bulbosa cubierta de escamas de zinc.

La ciudad se iba contagiando de este arte, se convirtió en una ciudad cosmopolita donde los grandes empresarios encargarían a arquitectos como Tomás Rico y Víctor Beltrí sus mayores sueños. Y así ocurrió con este edificio que se convirtió en el más alto de la ciudad en aquel momento. Celestino Martínez quiso que Tomás Rico se encargara del proyecto, aunque por desgracia, también falleció pronto y recayó gran parte de este impresionante trabajo en Víctor Beltrí.

No fue fácil para Celestino encontrar un enclave para la construcción del Gran Hotel, que  ocupaba casi 550 metros cuadrados de superficie. Pero, ¡ahí lo tenemos, en un lugar privilegiado a la vista de todos!

¡Es tan espectacular! Lo observo despacio, el ladrillo caravista esmaltado, la obra ornamental con piedra artificial. ¡Me parece increíble en aquellos años, el manejo para la decoración floral, la cerrajería…!

 

 

¿Sabéis que el Gran Hotel disponía de ascensor? Lo trajeron de Italia. El señor Martínez sabía lo que quería para nuestra ciudad.

Así que cuando se inauguró en febrero de 1916, se convirtió en uno de los mejores hoteles de nuestro país.

Imaginad, sótanos con cocinas inmensas, pozos para dotar de agua corriente al hotel. ¡Hasta calefacción en todo el edificio!

 

 

 

 

Yo no sé si os hacéis a la idea de la época, el transporte, no existía la soldadura eléctrica…

¿Y los comedores, las habitaciones…? ¡El mejor mobiliario, calidad, elegancia!

Si no fuera porque estoy con la crisis de los cincuenta, daría lo que fuera por tener un montón de años más y haber disfrutado de una de las tertulias en aquel lugar, un baile de fin de año o una celebración cultural.

Menos mal que me considero afortunada, y tengo amigas como la poetisa María Teresa Cervantes, que una tarde en su casa, con unos dulces y una infusión, me contó tantas cosas. Y claro, no podía faltar el homenaje del que disfrutó en uno de estos salones, por su primer libro Ventana al amanecer. Pero ya sabéis cómo es María Teresa, sencilla, humilde y lo cuenta de esa forma… Y yo le digo, María Teresa, a través de tus ojos, hoy he estado en el año 1954 disfrutando de tu éxito. Fecha, todo hay que decirlo, en la que los herederos de Celestino Martínez ya habían vendido el Gran Hotel.

Y sí, tengo suerte. Porque de un tiempo a esta parte comencé a interesarme por todo este arte, historias, tranquila y sin prisas.

Y un día cualquiera, después de varios años de amistad, de cien cafés largos, comidas que se juntan con  las cenas, trabajar juntas y hablar de mil temas, mi amiga Carolina me dice sin más, Celestino Martínez era bisabuelo de mi madre, de hecho hay un panteón familiar en el cementerio de Los Remedios, de Víctor Beltrí… Sí, un panteón que se construyó una década después del fallecimiento de Celestino y que en algún paseo buscando paz y silencio he observado. Sobre todo por la inspiración en el mundo de los faraones.

¿En serio? Tantas conversaciones de viajes, de si la ropa de esa tienda nos encanta, de proyectos. Tantos años y… ¿no se te ha ocurrido contarme que eres familia de Celestino Martínez?

No me lo podía creer. Al mismo tiempo que mi ilusión crecía, lo hacían las ganas inmensas de quedar con Carmen, la bisnieta de Celestino.

Y así fue como una mañana me recibió en su casa. Carmen, de aspecto tímido, elegante y con una clase innata, estaba dispuesta a compartir conmigo sus vivencias y anécdotas de esa gran familia.

 

 

Su humildad le hacía repetir una y mil veces que quizá no me estaba aportando nada. ¿En serio?

Una maleta antigua de piel marrón se abría ante mis ojos atónitos, con el permiso de Carmen para colarme en ella y perderme en la historia de aquella familia.

 

 

Y si observaba a mi alrededor, varios marcos antiguos me avisaban de lo que sería el preludio a un viaje al pasado que hoy puedo compartir con vosotros.

Celestino e Isabel eran los bisabuelos de Carmen, que nunca llegó a conocer. Y me confiesa que nunca tuvo la sensación en casa de que compartieran y se vanagloriaran por pertenecer a la familia del gran impulsor del Gran Hotel. Eran otros tiempos, me dice. Años después se puso en valor el arte modernista de la ciudad, pero nosotros en casa lo vivíamos con la naturalidad del momento.

De lo que sí habla es de sus abuelos. Miguel Martínez y Concha. Miguel, un hombre muy trabajador, serio. Llevaba a cabo grandes negocios. Me cuenta que trajo la FORD  a Cartagena, gestionaba minas… Y luego estaba Concha, una de esas abuelas entrañables, regordeta de piernas grandes que emanaba cariño y dulzura y les contaba miles de historias en la casa de la playa.

 

 

 

Y fruto de este matrimonio, nació Sixto, padre de Carmen.

 

 

¿Sabéis que Carmen nació en la casa que Celestino Martínez mandó construir en la Plaza de la Merced?

Cada vez que paso por allí la observo, sobre todo la parte superior, donde hasta hace unos años llegué a fotografiar una especie de jaula tras los cristales.

Carmen pasó allí sus primeros años. Me cuenta los altos que eran los techos, que tenía planta baja y tres alturas.

 

Y que tenía una muñeca de goma muy especial, un regalo de Reyes, a la que cuidaba y jugaba con ilusión. Un día salió con su madre a buscar a su padre, la dejó tras la puerta para no subir tantos peldaños y a su vuelta ya nunca más la volvió a ver.

¡Vaya lujo haber vivido en esa casa que su bisabuelo mandó construir a Tomás Rico!

Y si pensaba que Carmen no me podía sorprender más, me dice que Santa Elena, una vivienda señorial en el barrio de Los Barreros, perteneciente a la familia Martínez, fue la casa en la que vivió cuando se casó con Juan.

Habla impresionada de la calidad del mobiliario, de las grandes lámparas, de los cortinajes, del gusto exquisito de cada rincón y… del miedo que pasaba en aquella casa tan grande donde los personajes de las pinturas parecía que la seguían con la mirada, el sonido del reloj de pared, aquellas cortinas en las que daba la sensación de que había personas tras ellas.

 

 

 

Y mientras la escucho, buceo en ese mundo que ella describe, cada vez que mi mano elige al azar una fotografía de esa maleta, con  un trocito de esta familia.

Siempre lo digo, me gusta contar historias, sobre todo aquellas que comparto con las personas que de alguna forma lo vivieron y me abren las puertas a su pasado. Entonces todo cobra un sentido especial.

 

Al igual que me ha pasado cuando pensé que había llegado al final. Y entonces recuerdo una escultura de Fernando Sáenz de Elorrieta, que una vez vi en su estudio y que me pasó desapercibida. Pero hoy ha cobrado sentido, porque le he llamado y le he dicho, ¿me recuerdas la historia de aquel señor que cuentan que se tiró al vacío desde el balcón de la habitación número 47 del Gran Hotel?

 

 

Y entonces descubro que quien le dio vida a aquel empresario que llegó a la ciudad, cliente habitual y querido en el Gran Hotel, que parecía inquieto, como si esperara a alguien que nunca llegó, es mi amigo y mejor actor Manuel Llamas. Y un fotógrafo espectacular, Julián Contreras, me ha facilitado y autorizado para publicar esta fotografía para compartirla con vosotros, que dicho sea de paso, forma parte de un libro precioso que con la celebración del primer centenario del Gran Hotel, el arquitecto José Manuel Chacón escribió para todos nosotros.

 

 

 

Así que hoy, quiero daros las gracias a todos los que seguís poniendo vuestro grano de arena, para que yo, Eva García, siga paseando por la vida observando con los ojos de niña que espero no perder nunca.

 

Feliz domingo.

EVA GARCÍA AGUILERA.

GRACIAS A TODOS LOS QUE LO HACÉIS POSIBLE.