LA NOCHE DE LAS PERSEIDAS

LA NOCHE DE LAS PERSEIDAS
Desde que tenía 16, Marta reunía a su pandilla de verano para ver las perseidas. Bueno, en aquellos años, la lluvia de estrellas.
Llevaba una manta enorme, refrescos, algo para picar y su sonrisa de siempre.
Son lágrimas de San Lorenzo, decía con los ojos muy abiertos. Y dicen que si ves una y pides un deseo, se cumple.
Pero Marta no había logrado ver nunca ninguna. Verano tras verano tumbada en la playa, se quedaba mirando fijamente, con esos ojos ilusionados. Alcanzaba a ver la luna que llevaba llena varios días asomando, pero ninguna estrella fugaz.
-¿Y si no vienen este año?- le preguntaban.
Ella sonreía, sencilla, con la mirada iluminada.
- Siempre vienen, otra cosa es que se dejen ver.
Habían pasado varias décadas y muchos de aquellos amigos ya no seguían esa bonita tradición.
Pero este agosto alguien le dijo, vamos, te invito a una cerveza. Pero si no ves una perseida me invitas tú a mí.

Marta rió como siempre. Fueron a la playa de siempre, y con la música de fondo que les gusta escuchar, sucedió.
Una línea brillante atravesó el cielo, veloz, y luego otra.
¿La has visto?- preguntó él con una sonrisa.
Marta no respondía. Miraba al cielo con cara de emoción.
Dos- dijo muy bajito. Después de todos estos años…
¿Y qué deseo has pedido?- le preguntó él mientras la miraba con la ternura del que se muere por acariciarle la cara.
-Nada. Sólo quería verlas.

Entonces se acercaron, se besaron. Despacio. Como cuando besas a alguien que siempre ha estado a tu lado. Un beso lento, como el de dos amantes que hace un año que no se ven. Durante un instante parecían otros. Otros que se acababan de encontrar o de recordar.
-¿Sabes qué me gusta de ti?- preguntó Marta.
Que tú no estabas en aquellas noches de entonces, que llegaste después cuando ya casi nadie venía. Y sin saber nada de perseidas, te quedaste.
Él la abrazó.
-Yo nunca vine por las estrellas.
Marta sonrió, jugueteando con su dedo sobre el cristal del coche en el que hacía rato que estaban sentados, besándose, con los cristales empañados. Dibujaba una estrella y un corazón.
-Y míranos, después de treinta años y aún me haces sentir como si me hubiera escapado de la pandilla de verano para besarte a escondidas.
-Será que todavía te beso bien.
Marta le besó, mientras en el cielo otra perseida cruzaba despacio, como si esta vez no tuviera prisa.

LA VENTANA DE EVA
Eva García Aguilera