Con Unamuno en Fuerteventura, 2024
El azar o la Providencia me ha llevado a encontrarme de bruces con Unamuno hace pocas semanas. Me he visto con él en Canarias al final de este verano de dos mil veinticuatro. Algunos dicen que un viaje solo merece la pena cuando lleva a la literatura. Encontrarme con don Miguel en Fuerteventura ha sido emocionante porque se cumplen cien años de su destierro en esa agreste isla canaria.
Caminar por la isla que él pisó, visitar su vieja casa de Puerto Cabras, hoy casa-museo, fue entrañable; conocer su circunstancia de desterrado, pasear por esas “Hurdes marítimas”, ha sido sentirse acompañado por su persona, no sólo por sus letras. Unamuno sigue vivo en sus textos, en sus novelas (nivolas), en sus versos densos, intensos ensayos, y en sus pensamientos, no pocas veces, contradictorios.
Unamuno llega a Fuerteventura desterrado por el gobierno de Primo de Rivera en febrero de 1924 permaneciendo hasta julio del mismo año. Al ser indultado del destierro canario, no desea volver a la península mientras gobierne aún el directorio militar. París primero, y Hendaya después, serán sus lugares de exilio hasta su regreso a Salamanca - júbilo popular- en 1930, dos semanas después de la dimisión del dictador. Seis largos años fuera de casa, lejos de Concha, amada esposa y sus ocho hijos.
Antes había vivido Unamuno años muy convulsos previamente: guerra de Marruecos, gobiernos inestables, militarismos, nacionalismos catalán y vasco en auge, revueltas sociales, los problemas de la Restauración con un reinado Alfonso XIII en progresivo descrédito y golpe de estado del general Miguel Primo de Rivera en septiembre 1923.
Unamuno fue un intelectual de enorme prestigio. Su personalidad, intensa, poliédrica, polémica y extremosa. Su prolífica obra continúa vigente, aunque no sé si hoy suficientemente atendida. El interés mediático se centra más en su implicación política, que le dio relevancia y quizá es lo que a algunos más atrae. ¿Es la política su principal atractivo? ¿Es ello lo más significativo de su biografía? No lo es, pero no pudo, -no quiso-, evitar meterse en todos los charcos que le aparecían.
Una visión polarizada de la política puede llevar fácilmente a la simplificación de su personalidad y pensamiento, considerándolo solo como un rebelde heterodoxo. La observación -incluso somera- de su biografía y textos nos impide sin embargo encasillarlo políticamente. Valentía e insobornable libertad, fueron rasgos suyos indudables. Valentía con riesgos de extremosidad, también. Decir Unamuno es también decir libertad. Libertad de enseñar, libertad universitaria, libertad de escribir, libertad de prensa … Libertad pues de discrepar, mostrándose incluso con sus propias contradicciones, su lucha interior, su “agonía”. A Unamuno le encantaba esa palabra: Agonía, que en griego significa lucha.
Hay en la obra literaria de Unamuno dos asuntos capitales muy hondos: Su preocupación por España, y su inquietud existencial, religiosa.
Y hoy, ¿qué haría Unamuno? ¿Cómo se comportaría?
Unamuno “perdió demasiado el tiempo” con la política y ello le trajo muchos disgustos. Unamuno no fue cómodo para nadie, a derechas e izquierdas políticas. El prestigio de Unamuno viene siempre bien a derechas e izquierdas para arrimar la sardina a ese ascua. Hay un hecho objetivo muy significativo de su valentía e irrefrenable independencia: Unamuno fue destituido de sus cátedras, decanato y rectorados universitarios ¡cuatro veces! por gobernantes de distinto signo; en 1914 lo destituye Alfonso XIII, en 1924 es cesado y desterrado por Primo de Rivera, y en dos momentos de 1936, tanto Azaña como Franco lo cesan también. En suma, a Unamuno le dieron por todos los lados y en los dos mofletes.
Hace pocas semanas estuve pues conversando y paseando con don Miguel por las calles de Puerto del Rosario. Aprovechando su criterio y experiencia me puse a preguntarle sobre el reciente Plan de Acción Democrática aprobado por nuestro consejo de ministros en este septiembre de 2024; le expliqué que nuestro gobierno busca depurar mejor la verdad periodística y de opinión, que el fin es eliminar los bulos, aunque ello limite la libertad de prensa, pues así brillará más diáfana la verdad.
- ¿Qué piensa usted Don Miguel, catedrático, filósofo, literato, buscador agónico de la verdad?, le pregunté.
- No es difícil de imaginar, puesto que lo experimenté en mis carnes en grado superlativo. ‘Nihil novum sub sole’, me respondió con sus latines.
Primo de Rivera en su Real Decreto de septiembre de 1923, restauró la censura previa a todo periódico y revista y folleto; se excluían libros e impresos de más de 200 páginas. Don Miguel no se calló, Unamuno despreciaba intelectual y políticamente a Primo de Rivera (el ganso real lo llamaba) y al propio Alfonso XIII. Sus artículos, sus conferencias, su prestigio, ser contrario rotundo a la opinión y prensa de partido le llevaron sin juicio alguno a la pena de destierro a esta isla desértica, deshabitada, inhóspita.
Así pues, en Fuerteventura me he encontrado con don Miguel y te lo he querido contar, amable lector. Un Unamuno ya sexagenario, más meditabundo, pero nunca apaciguado, con su papiroflexia, sus tertulias y escribiendo sonetos de la isla fuerteventurosa o romances de destierro. Don Miguel descubría sorprendido la mar (le gustaba en femenino), mar que circunda esa isla más seca que su también austera y querida meseta.
"¡Estas soledades desnudas, esqueléticas de esta descamada isla de Fuerteventura!
¡Este esqueleto de tierra, entrañas rocosas que surgieron del fondo de la mar, ruinas de volcanes; esta rojiza osamenta atormentada de sed! ¡Y qué hermosura! ¡Sí, hermosura! Claro está que para el que sabe buscar el íntimo secreto de la forma, la esencia del estilo, en la línea desnuda del esqueleto; para el que sabe descubrir en una calavera una hermosa cabeza”.
Seguirá Unamuno hoy sin haber resuelto su inquietud existencial, religiosa. Unamuno hablaba de su “hambre de inmortalidad”, le desasosegaba incluso que sus personajes y sus textos tuvieran vida propia, independiente y vivieran más que él. Me lo imagino ahora mismo discutiendo con Dios allá arriba, ambos con sus barbas, discutiendo lleno de dudas enamoradas, que quizá aun no sabe si es ateo, mientras recibe un paternal abrazo.
Don Miguel, enredado en sus soliloquios, en su belicosa sinceridad vital y angustia crónica, en su combate con Dios como otro Jacob contra Yahvé. Combate interminable, agotador, agónico. Así entiendo hoy mejor esos versos suyos, del epitafio en Salamanca:
“Méteme, Padre Eterno, en tu pecho,
misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar”.
Gracias, Don Miguel, por la compañía de aquellos días y su conversación eterna.
Juan M. Uriarte