EL HUNDIMIENTO DEL SIRIO

La Ventana de Eva
La Ventana de Eva

EL HUNDIMIENTO DEL SIRIO

 

Miguel estaba esa mañana más revolucionado de lo normal. Era un torbellino. Un pequeño de ojos marrones y pelo negro. Un niño alegre al que siempre le gustaban más los regalos de Navidad de sus hermanos que los suyos.

Vivía en una casa donde siempre había bullicio. Seis hermanos. Aunque los mayores iban cediendo sus habitaciones a los más pequeños, porque ya no vivían en casa, siempre encontraban la oportunidad de compartir momentos juntos.

Era sábado, y andaban intentando aprovechar cada rincón, para tener más amplitud los próximos meses. Venía la abuela. Corrían esos tiempos en los que se acogía a los abuelos que vivían solos, por temporadas, en las casas de sus hijos.

Y la abuela Paca, “la pequeña”, estaba a punto de llegar a esta casa donde quizá a la mujer le sobrara algo de jaleo.

“La pequeña”, una mujer bajita y de poco hablar, llegaba con su maleta de mano de piel marrón. Tenía varias manías, pero la que más le hacía reír a Miguel era cuando se ponía delante de quien le quitaba su sitio en el sofá, hasta que se levantara.

Aunque pensándolo bien, creo que no era lo que más le hacía reír. Miguel tenía la costumbre de meterse debajo de la cama cuando su abuela entraba a la habitación. Esperaba a que la mujer se sentara, y cuando notaba que estaba más tranquila, entonces él soltaba lo que se le pasaba por la cabeza a gritos y le daba un susto de muerte. Y todo desencadenaba en las risas del pequeño y la zapatilla voladora de la abuela intentando alcanzarle.

La abuela Paca estuvo casada con Bartolomé Acosta, brigada contramaestre de Portmán. Vestía uniforme y sable, y falleció demasiado joven.

Su suegro, José Acosta, fue farero de Las Hormigas, muy cerquita de Cabo de Palos. Y Paca les solía contar a sus nietos, cuando la nostalgia llamaba a su puerta, una bonita historia que Miguel, Juan y Sergio escuchaban junto a la mirada atenta de los hermanos mayores y su madre, Juani.

Vuestro bisabuelo fue un héroe, ¿los sabíais?

Era el farero de las Islas Hormigas, muy cerca de Cabo de Palos. Un día podríamos ir de excursión para que conozcáis aquel lugar.

Yo viví algunas temporadas allí. Era como estar en un cuento. Vivir en un faro es una de esas cosas que nunca se olvidan. Y tiempo después, cuando me marché, siempre mantuve la ilusión de ir a visitar a la familia.

Y una tarde de agosto de 1906…

El Sirio era un trasatlántico italiano que realizó su primer viaje un 15 de julio de 1883. Desde entonces, siempre hizo la misma ruta. De Génova a Buenos Aires, con escala en Barcelona, Cádiz, Islas Canarias, Cabo Verde, Río de Janeiro, Santos y Montevideo.

El 2 de agosto de 1906, el Sirio zarpó desde Génova sin saber que sería su último viaje.

Pasajeros de primera, segunda y tercera clase se despedían, algunos con la ilusión de comenzar una nueva vida en América, otros por negocios, y familias buscando conocer y disfrutar.

Mujeres con vestidos de la época se contoneaban  por los espacios lujosos reservados para ellos. Unas bonitas vistas y un mobiliario exquisito propio de un hotel de alta categoría.

En pequeños camarotes bien acondicionados pero sin tanto lujo, iban distribuyéndose los pasajeros de segunda. Y con grandes aglomeraciones en la parte inferior de este barco, y vestuario que les delataba, se encontraban los de tercera clase, con sueños infinitos que querían cumplir.

 

 

Pero se cuenta, que el Capitán del Sirio, Giusseppe Piccone, no se conformaba con la gran cantidad de dinero recaudado en cada viaje. Tenía la costumbre de acercarse a puertos, a zonas donde sabía que podía acoger a emigrantes y cobrarles una importante cantidad de dinero por alojarlos en la bodega, en condiciones ínfimas.

Esa avaricia le llevó a que un trágico suceso, chocar con una losa peligrosa en  el grupo de islotes de las Hormigas, cuando se dirigían al puerto de Águilas, se cobrara muchas más vidas. Incrementada la tragedia con aquellas personas que murieron en el acto, emigrantes escondidos en lo más profundo de la embarcación.

¿Cuántos pasajeros creía que podía seguir metiendo, hacinados, en las bodegas de su lujoso Sirio?

Eran las cuatro de la tarde de un caluroso mes de agosto. Los pasajeros de primera clase descansaban en sus amplios camarotes, y el resto, de proa a popa se refugiaban bajo unas lonas a modo de toldo.

El mar estaba en calma cuando el Sirio chocó contra el llamado bajo o seco de fuera. Una piedra de 200 metros de largo y sólo 3 metros de profundidad. Una gran trampa en la que caerían otros barcos.

 

 

Los veraneantes de Cabo de Palos escucharon el estruendo. El barco se resquebrajó, los chorros de vapor salían sin compasión, la bodega se llenó de agua. Y el capitán no se encontraba en el puente de mando. Ni él, ni su tripulación.

Explosiones, gritos, pánico. Madres cogiendo a sus hijos, personas que se lanzaban al mar, otros eran empujados por pasajeros envueltos en locura.

Muertes, familias enteras, niños huérfanos, desolación. Una muerte nunca imaginada les acababa de robar todo.

Cuentan que el propio capitán se despojó de su uniforme y fue de los primeros en abandonar el barco. Un cobarde, negligente, que miró por su propia vida, pudiendo haber salvado muchas.

Pero los pescadores, los civiles que descansaban aquella tarde trágica, ellos no miraron para otro lado.

El ex ministro murciano, Juan de la Cierva, disfrutaba de la calma desde su terraza en la playa de Cabo de Palos, cuando mirando al horizonte de un mar en calma presenció el momento de la tragedia.

Corrimos todos a la playa, narraba Juan de la Cierva. Esos hombres rudos, ancianos, tienen el corazón muy grande, hecho para el mar. Armaron sus frágiles barcos…

La solidaridad no tiene límites. Vicente Buigues, patrón del “Joven Miguel”, sin pensarlo y con la tripulación en contra, se dispuso con cabos y tablas a rescatar a aquellos que luchaban por su vida. Y como él, tantas otras embarcaciones.

La ciudad de Cartagena se movilizó. Envió remolcadores que traían vidas con una nueva esperanza, a los que se les proporcionaba asistencia sanitaria, alimentos y hasta alpargatas. En la Casa de la Misericordia y hasta en el Teatro Circo se les dio cobijo, café caliente y mucho ánimo.

Y hablan de sabotaje. Una caja fuerte vacía, sin signos de forcejeo. De negligencia, un capitán que saltó el primero al mar, sin uniforme para que no se le reconociera, un usurero cobarde.

La mayor tragedia marítima del mediterráneo. Para los pasajeros, y para los pescadores que vivían del mar, a los que ya nadie quería comprar pescado de ese mar maldito, llevándoles a la mayor de las ruinas.

 

Abuela Paca, abuela Paca- pregunta inquieto Miguel. ¿Y nuestro bisabuelo? Nos has dicho que fue un héroe.

La abuela Paca casi no sonríe. Cada surco de su cara es un recorrido por sus olvidos, pero mantiene vivo el recuerdo del bisabuelo por el que preguntan sus nietos más pequeños, como si se tratara de un cuento de piratas.

Un 4 de agosto de 1906, desde el faro de las Islas Hormigas, vuestro bisabuelo José Acosta, el farero, observaba el horizonte con la paciencia que sólo el mar da. El faro, cercano a esas rocas traicioneras, era su hogar.

Aquel día de mar inmóvil, José Acosta no imaginaba que su nombre quedaría unido para siempre a aquella gran desgracia.

 

 

 

A lo lejos lo vio. Un trasatlántico de casco negro y dos chimeneas lanzando humo. Cogió sus prismáticos y se inquietó. Demasiado cerca de esa losa peligrosa. Un estruendo le hizo eco en sus oídos. El Sirio comenzaba a hundirse. Accionó todas las señales de alarma desde el faro, pidió ayuda, encendió bengalas. Vuestro bisabuelo se armó de fuerza y valor, guiando a los pescadores con sus pequeñas barcas y rescatando a muchas personas con sus propias manos.

 

 

En los periódicos hablaron después de que gracias a su manera de actuar y al conocimiento del mar, ayudó a subir al islote a más de un centenar de pasajeros del Sirio, salvando su vida, junto a su ayudante Manuel Jiménez.

 

Y fueron reconocidos por el Gobierno Italiano que los condecoró con una medalla por su heroica actuación.

 

 

Pero abuela, parece la historia del Titánic – comentan los mayores.

Sí, pero el capitán del Titánic se quedó hasta el final y el del Sirio saltó el primero. Y además- continúa la abuela, “la pequeña”, el Sirio, hundido en nuestra costa cartagenera, naufragó seis años antes que el Titánic.

Entonces al Titánic deberían llamarle, el Sirio del Mediterráneo- dicen entre risas.

Son las ocho de la tarde, y he venido con mi chico, Miguel, el inquieto de ojos vivos, a una conferencia sobre el Sirio. No hace mucho que me contó que su bisabuelo tenía una medalla que conservaba su hermano, y que su padre rescató cuando alguien iba a deshacerse de ella. Que su bisabuelo era farero y que intervino en el rescate de los pasajeros del Sirio.   

¡No habrá tenido años para contármelo! Yo que preparo un relato en una tarde de inspiración, infusión y vela aromática, con una historia así.

Así que, hoy, mi pequeño homenaje es para todas aquellas personas que perdieron la vida en el mar, pero también a Miguel y a su familia, para que junto a la medalla del farero, conserven este recuerdo contado con lo que ellos han compartido conmigo.

Gracias Lola Gutiérrez y Luís Pérez Adán por compartir                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

LA VENTANA DE EVA

EVA GARCÍA AGUILERA

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