PADRE NO HAY MÁS QUE UNO

Eva
PADRE NO HAY MÁS QUE UNO

 

 

PADRE NO HAY MÁS QUE UNO

 

Hace unos días, curioseando en una historia muy bonita que mi padre lleva escribiendo hace meses a petición de su nieta mayor, leí algo que…

Y es que a veces, las madres y los padres,  reflexionamos sobre si lo estamos haciendo bien. Y la vida, que aunque es larga, pasa más rápido de lo que quisiéramos, no es un camino de rosas. Hay momento de enfado, alegrías, decepciones, recompensas, admiración. Eso se llama vivir. Con sus luces y sus sombras.

Y de repente, casi sin darme cuenta, me he encontrado colándome por esos recuerdos que todos tenemos, algunos dormidos, pero que despiertan con preguntas como, ¿habré sido un buen padre?

Ya os he contado muchas veces que soy muy llorona, lloro de emoción, de alegría, de enfado. No todos los días, ¡no soy una dramas!, pero a esta edad ya no le pongo freno a los sentimientos.

Nací llorando, como todos los bebés. Pero no dejé de hacerlo hasta que… Ja, ja, llegamos al mundo para poner a prueba la paciencia de los padres. Y yo creo que llevé esa prueba al límite. Lloraba y no me dormía sola en la cuna.

Mi padre me acostumbró a dormirme en brazos en aquella mecedora de cuadros, con aquella música de Semana Santa que tarareaba hasta que me quedaba dormida. Era un bebé entrañable, pequeñito…

 

 

Pero le cogí tanto el gusto, que crecí y el pobre de mi padre ya no podía levantarse de la mecedora conmigo, decía que ya me colgaban las piernas por sus rodillas. ¡Qué exagerado! , y que iba con mucho cuidado hasta la habitación para que no abriera los ojos.

 

Ahora que lo pienso… Cada noche, con casi mis cinco décadas a la espalda, me acuesto y le digo a Miguel, “duérmeme”. ¡Me parto! Y entonces me toca la cabeza y la espalda y duermo como el bebé bueno que nunca fui. Miguel, dale las gracias a mi padre.

He dicho que me tarareaba todo aquello que olía a Semana Santa. Perico pelao, “ tatata chán, tachán, tachán, tachán, tachán ,tachán...”

Pero también las canciones de la mili. Así que a veces me sorprendo en cualquier momento o lugar cantando aquello de “Margarita se llama mi amor, uno dos…”

O cuando corríamos por el pasillo y decíamos aquello de “Franco, Franco…” Y era pequeñita, porque cuando murió Franco yo tenía dos años. Y me cuenta mi chacha, que aquel día no tuvo clase y  me llevó de paseo por el centro de la ciudad. Que se respiraba  miedo, incertidumbre y entonces yo, a “grito pelao” desde mi silleta, empecé a decir aquello de “ Franco, Franco”. Ja Ja.

 

 

Ya os he contado otras veces que mi padre ha trabajado mucho, pero que mucho, junto a mi madre en LA MUFLA de Santa Lucía. Muchas veces dice, yo nunca cambié un pañal. Y también es cierto que la cocina tampoco era lo suyo, pero cuando había que hacerlo…Alguna tortilla a la francesa recuerdo, algo salada de más, cuando a mi madre en algún momento le acechaba la migraña. Menos mal que no le pasaba a menudo.

Y luego, para peinarme. Menuda mata de pelo tenía yo. Siempre con el pelo recogido con trenzas, coletas. 

Recuerdo cuando intentaba hacerme las coletas. Pobre, con lo bien que se le da tallar cristal y luego, enrollar una goma del pelo en una coleta… Sería por alguna urgencia, porque siempre me peinaba mi madre. Pero ese recuerdo en el baño, luchando con la tercera vuelta de la goma no se me olvida. Y cuando ya estaban las dos hechas, me las cogía y decía, pasándolas por sus mejillas, “son como dos brochitas de afeitar”.

 

Me gustaba salir a pasear, siempre tenía alguna historia interesante. Me llevaba por el barrio, por la calle Cacarruta, el cine Monroy, me contaba anécdotas de mis abuelos y bisabuelos.

Y bajar a la feria los domingos y jugar al Ducal. ¡Casi siempre sacaba premio! También le gustaba disparar con aquellas escopetas presuntamente trucadas, que rompías el palillo y te llevabas un llavero. Subíamos al tren de la bruja, con ese tupé que entonces tenía y que ni a escobazos conseguían moverle ni un pelo. Luego dábamos un paseo, comprábamos pasteles para después de comer y nos íbamos a casa a comer la paella que mi madre preparaba.

Y cuando llegaba la hora de la película, aparecía con una bolsa gigante llena de bolsas de gusanitos de cinco pesetas. “Son para no dormirme”, decía. Y al final íbamos todos como locos a meter la mano en aquel bolsón de gusanitos.

¿ Será por eso por lo que lo que más me relaja hoy en día es sentarme a tomar una coca cola y una bolsa de gusanitos, dónde y cuándo sea?

He dicho que bajábamos a la feria caminando, estaba cerca de casa. Pero cuando íbamos más lejos o no teníamos ganas de andar, entonces íbamos en aquel SIMCA de tapicería granate que se te pegaba a la espalda en verano y morías de frío en invierno.

Mi padre nunca ha sido muy” correntillas” con el coche. Ni siquiera ahora, que nos reímos cuando entra en una rotonda y da dos vueltas porque se ha pasado la salida.

Dice la leyenda que formaba caravana con aquel SIMCA. Me gustaba mirar hacia atrás y ver a aquellos coches que adelantaban a mi padre. Decía, “anda, tira, que tienes mucha prisa”

Pero volviendo al trabajo, ahora me llama la atención de que nunca tuve interés de coger una copa de cristal e intentar hacer una talla. Pero sí que me gustaba colocar las estanterías de jarrones de porcelana, de artículos de regalo… A veces, cuando veía una caja que contenía piezas que ya no se ponían a la venta, yo hacía “lotes”, “gangas”, mis propias rebajas y me llevaba un dinero extra para comprar chuches o lo que fuera.

Y también lo de preparar las facturas e incluir el IVA. Cogía la calculadora y no tenía fin. Así que lo de artesana no lo inhalé, pero otras cosas sí.

La primera furgoneta que compró mi padre para llevar mercancía, era una Seat Trans. ¿Os acordáis del anuncio de televisión? “ Seat Trans, no hay otra igual, duro con ella que resistirá…” Seguro que alguno la estáis tarareando.

Pues mi padre cogió aquella flamante furgoneta blanca y no le quedó espacio libre. LA MUFLA. VAJILLAS, CRISTALERÍAS Y JUEGOS DE CAFÉ. HIJO SUCESOR DE GINES GARCÍA LOPEZ. TELÉFONO 968 121935. 

¡Madre del amor hermoso!, todo en rojo y azul.

Y claro, a mí me pilló ya en esa edad en la que ya no te gusta tanto que tus padres te recojan del colegio. Bueno, yo al cole iba en autobús, pero de la academia de inglés venía mi padre al medio día para que me diera tiempo a comer. Pobre, igual no le daba tiempo a comer a él.

A lo que iba, que salgo yo aquel primer día con mis compañeros, con unas ganas de llegar a casa y comer y me encuentro con aquella furgoneta que parecía una página publicitaria de un periódico. ¡Quería que me tragara la tierra! Y entonces, de manera sutil le dije a mi padre, “a partir de mañana me esperas en la calle de atrás”.

Fíjate qué tontería, avergonzarse de esas cosas. Pero lo decía al principio, eso es la vida, las etapas, las edades.

Ahora me subiría con los ojos cerrados en aquella furgoneta, con mi padre,escuchando sus cintas de cassette de los chistes de Arévalo o la música de Manolo Escobar.

Quiero contar que el trabajo nunca ha impedido compartir momentos juntos, hacer viajes en familia, pasar el verano en la playa. Porque al final, los padres hacemos puzles para llegar a todo, aunque en ese momento los hijos no se dan cuenta. Pero de eso se trata, de recordar una infancia feliz, sabiendo ahora que detrás estaban los duendes trabajadores para que fuera posible.

 

Y no quiero que se me olvide, pero siempre nos reímos recordando lo que le gusta un micrófono. Él dice que no, pero vamos, le pirra contar su experiencia en el mundo de la artesanía, dar conferencias. Últimamente dice, ya os dejo el paso a tu hermano y a ti. Y ahora que lo pienso, ¿qué hago yo también pegada a los micrófonos últimamente? Será que al final, sin darnos cuenta, vamos inhalando durante toda nuestra infancia y juventud de ellos, para llegar a lo que somos en la madurez.

Papá, no sé si todo esto da respuesta a tu pregunta. A aquella que te haces en ese relato que has escrito. Pero si no ya te lo digo yo.

Sí, eres un buen padre. Sí, lo has hecho bien. TE QUEREMOS

 

FELIZ DÍA DEL PADRE

EVA GARCÍA AGUILERA