REFLEJOS DE UNAS NAVIDADES LEJANAS

REFLEJOS DE UNAS NAVIDADES LEJANAS

REFLEJOS DE UNAS NAVIDADES LEJANAS

Se empezaba a oler a rollos recién horneados, saliendo de las ventanas de los vecinos. Las más longevas del barrio amasaban con sus manos, a la perfección, cordiales y mantecados con formas de corazones y estrellas a los que con una gracia especial les espolvoreaban canela.

Ya se escuchaba tararear a la panadera tradicionales villancicos, al mismo tiempo que ponía la barra de pan que tu abuela te había encargado.  “Nena, que esté flojica y no muy tostada”.

Entrabas a la Caja de Ahorros, la de entonces, en la que decías ,dice mi padre que me des un extracto de la cuenta que termina en 17”. Y mientras, observadora de la situación, te dabas cuenta de que obsequiaban a los clientes con artículos espantosos que nunca usarías, pero que te hacía ilusión porque era Navidad y venían envueltos en paquetes de colores alegres.

Los vecinos bajaban a comprar al centro su jamón anual, aquel que colocaban orgullosos en la encimera de la cocina, mientras los niños ayudaban a vaciar el resto de bolsas con la ilusión de que el número de pastillas de turrón de chocolate fuera suficiente para todos esos días festivos.

Suchard era el preferido. Ya sabéis, por aquello de, “en estas navidades turrón de chocolate, en estas navidades turrón de Suchard”. Pero como en aquella época también sonaba sin parar en la televisión aquel otro anuncio pegadizo,“pero vea que sea Antiu Xixona”, ambos eran recibidos con jolgorio.

¿Y os acordáis del turrón 1880? Aquello eran palabras mayores. Lo sacabas de la bolsa de la compra y pensabas, “voy a tratarlo con cuidado, porque dicen que es el turrón más caro del mundo”.

Así que junto con los polvorones que tus familiares estrujaban como si fueran a ordeñar una cabra, porque decían que era la única manera de comerlo sin que se rompiera , y las peladillas, que parecían infinitas dando vueltas en nuestra boca y nos acompañaban el resto del año, empezábamos a oler a Navidad.

Recuerdo las mesas largas de aquellos días. Cuando se sacaba del cajón del aparador de tu abuela aquel mantel para ocasiones especiales. Allí había sitio para todos. Padres, tíos, abuelos y sobre todo, los primos.

Las panderetas de pequeños y mayores comenzaban a cobrar vida. Cantábamos aquellos villancicos populares, que si ahora los analizas un poco: “yo me remendaba yo me remendé, yo me eché un remiendo yo me lo quité”. Uff, que estrés llevaba esa pobre persona, tanto remendar, para quitárselo después.

¿Y cuándo sonaba el timbre y aquellos familiares que venían de fuera te hacían sentir parte del reparto del anuncio de los turrones EL ALMENDRO? Sí, el de,“vuelve, a casa vuelve, por Navidad”. Que a la  madre le daba una alegría tremenda, aunque por dentro estuviera pensando, “ya podía haber avisado, que tengo las pelotas del cocido contadas”.

Tiempos eran tiempos. Todos cantábamos acompañados de esa música especial que conseguías con un cuchillo y una botella de Anís del Mono.

Pedías el aguinaldo, con aquel villancico de ,dame el aguinaldo carita de rosa,que no tienes cara de ser tan roñosa” , y comprabas un montón de golosinas con esas monedas que parecían caídas del cielo.

Presumías de árbol de Navidad. El pobre, de ramas rectas y poco pobladas que tenían en la punta una bolita roja para facilitar el colgar las bolas de colores y dejar que se posara el espumillón, de cuantos más colores mejor. Aquel espumillón que mi abuela colocaba alrededor del típico cuadro de cacería y adornando las lámparas.

¿Y el Belén? Salíamos a comprar musgo, a recortar papel de aluminio Albal para hacer el río y aquel fondo de cielo estrellado. Todo estaba preparado para colocar las figuritas que año tras año iban siendo más. Y nos daba igual que no mantuvieran las proporciones necesarias. Que la oveja fuera más grande que el pastor, o que la casita a la que le introducíamos una luz dentro pareciera del tamaño de una nuez.

Aquello era ilusión de niños en estado puro. Lo pasábamos genial. Todo era luz, chispa, música, abrazos y alegría.

Al menos así es como desde la memoria de niños lo recordamos.

Y entonces creces, mantienes esa ilusión que quieres conservar, como la de antes. Tu niño interior sigue dentro, pero a muchos hace tiempo que se les fue.

Tenemos turrones todo el año, roscones de reyes en noviembre y regalos perfectos en los centros comerciales.

Las familias han crecido, las casas ya no son tan grandes y solo tienen cabida para el núcleo familiar.  Y esos momentos inolvidables se han esfumado.

Dicen que lo bonito que tiene de ser niño en Navidad, es la inocencia, y que no tienen un pasado para comparar.

El regalo de ser adulto es, que si mantienes esa ilusión, beberás de la alegría de los momentos pasados y disfrutarás de un presente que te regala otros extraordinarios.

Por eso hoy, el aroma a rollos de pascua recién hechos y los villancicos cantados con alegría , se huelen y se escuchan a través de La Ventana de Eva.

Feliz Navidad

Salud para todos.

Eva García Aguilera.