EL CUENTO DEL PALACIO DE SPOTTORNO

EL CUENTO DEL PALACIO DE SPOTTORNO
Hace un tiempo estuve en una casa palacio en una de las calles más emblemáticas de mi ciudad. La calle del Cañón. En Semana Santa suben a hombros el trono de la Virgen sin descansar ni un segundo. No es una calle muy ancha, y está en cuesta, pero tiene alma y sobre todo historia.
Hace muchos, muchos años, allá por finales del siglo XVIII, la historia de una familia de emigrantes italianos se fundió con Cartagena. Eran los Spotorno, que en aquella época todavía escribían su apellido con una sola t.
Llegaron a ser grandes representantes de la burguesía de mi ciudad, y grandes creyentes del progreso y la libertad.
Vamos a comenzar por el principio…
Por los años sesenta del siglo XVIII nacieron dos hermanos en Ligure, Italia. Bartolmé y Juan Bautista.
Ellos trabajaban como expertos en la construcción de barcos, y supongo que por la situación política, que casi siempre ha sido la que ha empujado a las idas y venidas de un país a otro, Bartolomé decidió emigrar a Cartagena. Quizá fue motivado por su gran experiencia en la construcción naval.

¡Cómo estaría todo de revuelto en aquella época, que planeó su huída!
Agarró a dos amigos y a un marinero murciano de edad avanzada y… ¡Madre mía, si os cuento aquella aventura! Salieron probablemente en una noche sin luna…
Y llegó a Cartagena en un frío invierno de 1801, trayendo un año más tarde a su mujer y a su hijo Juan.
Bartolomé Spotorno se encontró en esta ciudad con familias genovesas y de otras ciudades europeas. En aquella época los franceses llegaban también a la región de Murcia y al final aunaron sus conocimientos y posición y crearon las primeras Casas de Comercio.
Ya imagino al señor Spotorno codeándose con los Bellón, los Ferro… Claro, con lo mejorcito, con los comerciantes y banqueros más importantes.
Así que supongo que Bartolomé dejó a un lado la construcción naval, porque algunas décadas después se conoce una Casa de Comercio de los Spotorno. Vamos, que le gustaban a él esos festejos que se organizaban para recibir al rey Carlos IV…
Sin embargo no todo eran fiestas y grandes negocios, porque entre 1804 y 1805 Cartagena fue arrasada por la fiebre amarilla. Dicen que influyó la construcción del Arsenal, porque junto con las murallas dejaban estancadas las aguas del Almarjal, y eso que estaba la Rambla de Benipila y la desembocadura de la Algameca Chica.
¡Dicen que el Ayuntamiento sacó a procesionar a los cuatro Santos y a la Virgen del Rosell! Y que como anécdota, el 4 de febrero de 1805 no murió nadie.
Así que la ciudad en aquellos años se quedó callada, silenciosa. Cuentan que al no transitarse sus calles, ¡creció hierba!
La Cartagena del siglo XIX seguía el ritmo de las sirenas del Arsenal. Perdió población de 33.000 habitantes a finales del siglo XVIII a 13.000 en 1819. La quiebra económica, la falta de pedidos al Arsenal, las guerras…
…
Bartolomé Spottorno, (con dos letras t), fue el primer Spottorno nacido en Cartagena.
Nieto de aquel hombre que salió de Italia en busca de una vida mejor y que alcanzó una gran fortuna económica, fue un cartagenero que supo aprovechar las oportunidades que su ciudad le ofrecía.
La ciudad de Cartagena destacó por ser menos agraria y más mercantil que la ciudad de Murcia, y muestra de ello sería que fue la primera ciudad de la región que fundó una Caja de Ahorros y Monte Piedad. Así que en 1844 se crea una Caja-Banco donde Spottorno fue nombrado vocal de la junta directiva.
¿Pensáis que esto quedó ahí? Bartolomé Spottorno se posicionó en la vida de la ciudad. Fue Hermano de la Cofradía de los Cuatro Santos, vocal en la junta del Hospital de la Caridad, de la Casa de la Misericorida y llegó a ser tres veces Alcalde de Cartagena.
Pero sobre todo, por lo que más admiro al señor Spottorno es por ese palacio que mandó construir al arquitecto Carlos Mancha en 1861. Un palacio que ocupa casi tres calles y en el que he tenido la suerte de estar en varias ocasiones.
Cuentan que vivieron muchos años en él. Fueron una familia que disfrutó de este lugar, que lo dotaron de vida, pero que un día se quedó vacío. Se dice, se habla, se insinúa, que fueron a la bancarrota y salieron de esta ciudad de mar para no volver nunca.

¡Y os voy a confesar una cosa! Ese palacio es una maravilla. Conserva su escalera de madera, el lucernario, su fachada de tres plantas de piedra de Tabaire con 60 centímetros de grosor. Vigas de madera y vigas metálicas, cerámicas en el suelo, espectaculares. Pasar de una habitación a otra es como cruzar de un paraíso artístico a otro.
¡Unas chimeneas originales! Un patio con aljibe…
Perdonadme un segundo pero es que…
¡Pero si estoy viendo a Bartolomé con su batín de raso azul marino pasear por el pasillo de suelo de madera, pensando en sus negocios!
¡Huele bien! Abajo en las cocinas se ha formado barullo. Las cocineras lucen unos delantales con puntilla impolutos. No quiero hacer ruido, para que no me vean.
Prefiero colarme en esos armarios altos y abrir disimulada una de sus puertas. Las cajas de los sombreros son enormes, y los vestidos llegan casi hasta el suelo de lo largos que son…
Al final me pillan, pero es que escucho hablar a dos chicas en el salón. Las alfombras son enormes, casi cubren todo el suelo. El carbón parece que está en su punto, porque se nota calorcito. Una de ellas toma un té con leche, y parece que está ruborizada. Por sus caras percibo que en el salón de baile va a ocurrir algo importante en unos días…
Eva, ¿entonces te ha quedado clara la diferencia entre un mosaico de Nolla y un suelo hidráulico?
Uf, qué susto, José Manuel, ¡me has sacado de mi ensoñación!

Y es que estoy en una de las cuatro viviendas en las que el Palacio de Spottorno está dividido hoy en día.
Y una de ellas es del arquitecto y amigo José Manuel Chacón. Gracias a él he escrito varios relatos increíbles, y es que es un amante de su trabajo. De esas personas que tratan con mimo el patrimonio, le da su valor y si puede…
Pues que desde hace ya unos años, vive en el palacio de Bartolomé. Y yo le pregunto, José Manuel, ¿tú no sientes cosas?
Yo no creo en los fantasmas, Eva, pero sí en la conexión.
Me cuenta que le gusta conectar. Ponerse en la piel pisando el mismo suelo que ellos pisaron hace más de 150 años, atravesando las mismas puertas, imaginando un salón de grandes espejos, cortinajes infinitos y cuadros de la familia.
Y es que él lo ha conservado todo tal y como estaba. Las puertas son las originales, y aunque confiesa que por el paso del tiempo algunas ni cierran o cuesta cerrarlas, son las puertas y ventanas de aquel lugar de entonces.
Los suelos de mármol, los techos altos, los miradores, la escalera y las chimeneas. Me cuenta que las chimeneas se compraron en Italia, que son de mármol de Carrara, y que en todo el edificio sólo se conservan esas dos que observo con los ojos muy abiertos.
Funcionan como brasero, con carbón, aunque él las mantiene como un elemento de la casa, porque afirma que tienen que estar aquí, porque tienen su historia.

Y porque José Manuel también es curioso como yo, me cuenta que hace unos años se puso en contacto con un Spottorno que vivía en Madrid.
Los familiares no imaginaban que la vivienda estuviera conservada y cien por cien habitada. Si no que se habría derruido y que ahora sería un solar o una construcción nueva.
Pues no, familia Spottorno. El edificio sobrevivió a dos guerras. La guerra cantonal que se llevó un porcentaje enorme de los edificios cartageneros no llegó a este palacio.
Y como estaba contando, José Manuel tuvo varias conversaciones con este señor, historias de la familia, anécdotas que ocurrieron entonces.
No hace falta que le ponga ojitos a José Manuel, él sabe que yo por segunda vez he venido a su casa a saberlo todo.
¡Eso sí, soy generosa, y voy a compartirlo con vosotros!
La más conocida por todos es la de que Christian Andersen, el escritor de los cuentos el Patito Feo, El soldadito de Plomo… Seguramente estuvo en Cartagena y también en esta casa. Porque Bartolomé Spottorno al enterarse que un danés de esta categoría estaba en su ciudad, le prepararía alguna de sus habitaciones o le agasajaría con un banquete como buen anfitrión.
Igual que el general Prim, amigo de la familia. Fue ni más ni menos el que intercedió para que Amadeo de Saboya reinara en España. Pues también estuvo en este lugar, y ojalá pudiéramos agudizar el oído y ser partícipes de alguna de aquellas conversaciones.
También le cuenta este familar a José Manuel que el Rey Alfonso XIII pudo estar aquí en alguno de sus viajes, al igual que dicen que estuvo el hijo del zar ruso.
La flota rusa estuvo fondeada en nuestro puerto y en uno de los barcos cuentan que iba el hijo del zar ruso. Y Bartolomé Spottorno preparó un baile homenaje en su salón de baile.
Imaginad a los soldados rusos con sus uniformes, a los militares españoles, a la gente de la ciudad por los alrededores. Exactamente en el mismo salón de baile donde se celebró la boda de una de las chicas de la familia, donde su hermano le trajo de regalo muy especial. Una partitura de un tal Strauss que estaba de moda…
Y como dice José Manuel, seguramente esas partituras se debieron de interpretar por primera vez en Cartagena, en una época en la que la música era un bien muy preciado.
Un secreto. El salón de baile es hoy un restaurante italiano. La Tagliatella. Así que si un día sentís mientras cenáis allí, que la burguesía de la ciudad baila, y se divierten las mujeres vestidas con los trajes de época, no, no estáis locos.
Yo creo que eso de que los Spottorno se marcharon para siempre…
Me quedo mirando a José Manuel y le digo, ¡yo creo que debería de escribir este relato aquí, en el salón de tu casa, para inhalar esa esencia que se suspende en el aire!
Toda tuya, me contesta siempre generoso.
¿Y sabéis qué pasó?
Pues que me vine a mi rincón, el de siempre.
Y es que estar escribiendo mientras el Rey Alfonso XIII merodea por mi lado, o se pone el hijo del zar ruso a hablar demasiado fuerte mientras el general Prim le pregunta a Christian Andersen el final de La Sirenita…
Oye, que me quedo en mi casa, que como máximo sólo me sacan de mi ensoñación las cosas bonitas que me ocurren, cada vez que os veo a todos, cuando abro mi ventana.
LA VENTANA DE EVA
EVA GARCÍA AGUILERA