EL MOLINO ZABALA

La Ventana de Eva
La Ventana de Eva

EL MOLINO ZABALA

 

Es una tarde de viento y lluvia. No estamos acostumbrados a tanta lluvia en nuestro Campo de Cartagena, pero lejos de quedarme en casa con una infusión calentita, he cogido el coche recorriendo parajes bonitos que te sorprenden cuando vas alejándote del centro de la ciudad. Parece que llega la calma. Los árboles frutales, el silencio, las gotas de lluvia sobre el cristal mientras conduzco con una de mis canciones favoritas.

Y llego a Perín. Ese lugar mágico que presume de un acueducto increíble, de vecinos que cuidan sus tierras con cariño y donde aparco mi coche frente a un molino que me hace sentir que estoy en otro lugar del mundo.

Perín, lugar propicio para imaginar esas ocho velas desplegadas frente a mí, buscando el viento para sentir su frescor y llenarse de vida.

Porque lo que distingue a los molinos harineros del Campo de Cartagena son  esas velas triangulares, como las de los barcos de vela latina. La fusión del campo con el mar.

Raúl me espera a la entrada. Es afable, cercano y está contento y orgulloso de ser la séptima generación que cuida y mima esta joya cartagenera.

Observo esa construcción de tronco de cono desde fuera, e imagino su interior mientras las ganas de adentrarme se despiertan por instantes.

¡Qué sensación más especial! Cierro los ojos e inhalo esa vida de siglos pasados. Hombres con su saco al hombro de grano de cebada o trigo para que con las romanas que todavía hoy rezuman a historia lo pesen, y el molinero se quede con el diez por ciento pactado. Después ellos se llevaban su harina, pero siempre con la sensación que de nuevo la picaresca les había distraído y habían pagado más de lo que les correspondía.

De molinero cambiarás pero de ladrón no te escaparás

Despierto de mi ensoñación y disfruto de cada rincón de esas tres cámaras que forman el interior de este molino.

Raúl me señala cada detalle para que no me quede ninguna curiosidad pendiente de satisfacer.

Lo primero que me cuenta es que en el catastro de Ensenada consta que en 1755 el molino era propiedad de Francisco Zabala, que lo tenía arrendado y ya pagaba sus impuestos correspondientes. Y tiene el documento que lo explica a la perfección a la vista de todos.

Ya en el siglo XIX pasa a pertenecer a Antonio Madrid y su familia, llegando a Raúl, la séptima generación.

Eva, yo venía por las tardes con mi padre, que siempre se encargó del mantenimiento del molino, aunque como capricho, como tradición. Y así lo hacía también con otro molino que hay en El Algar, aunque ese no es harinero, sino de extracción de agua. Pero mi abuelo sí que se dedicó a esta profesión.

Su abuelo, Antonio Sánchez Madrid, sufrió un grave accidente al ser enganchado por uno de los palos hasta llegar a ser volteado por el molino y lanzado por los aires. Me cuenta Raúl que no murió en el accidente, pero que sí que le quedaron secuelas de por vida.

Estoy deseando subir a la primera planta. La escalera es estrecha y de peldaños pequeños. En esa planta se regula el centrifugado de este proceso de moler el grano. Y subiendo a la segunda planta…

¡La lluvia cae con fuerza! ¡La maquinaria me espera para aplacar mi curiosidad! ¡Las historias revolotean a mi alrededor en una tarde de atardecer tormentoso!

La rueda, la tolva, las dos grandes piedras para moler… Todo, absolutamente todo el proceso me lo explica Raúl con esa templanza del que lleva escuchando la vida de este molino mucho tiempo. Bueno, desde el año 1999, que fue cuando se restauró.

Un molino que fue incluido en el conjunto de molinos de viento del Campo de Cartagena y declarado Bien de Interés Cultural en 1986. Fecha en la que cesó su actividad. Hasta  que algo más de una década después, sería curado con mimo de sus heridas que el paso del tiempo le habían provocado, y manteniendo todo lo que seguía en uso, para no perder su esencia.

¿Sabéis que el Molino Zabala tiene el techo giratorio y las velas se van moviendo para que el viento sea lo más propicio para que esas ocho velas de diez metros giren y giren y el grano se convierta en la harina que utilizaremos más tarde para hacer un bizcocho?

¡Cómo me hubiera gustado ver esas velas desplegadas! Le he preguntado a Raúl con un poco de disimulo, qué tardaría en desplegarlas. Pero entre la lluvia y el viento no era el día más propicio, no.

Así que le he dicho que me avise otro día, cuando vaya a moler grano, y disfrutar de ese espectáculo tan nuestro, tan de aquí.

Que mientras tanto voy a observar el mar bravo del que también el viento es cómplice. Y muy cerquita de aquí, en la playa del Portús, recordando las historias de aquellos hombres de campo, las olas han saltado contentas de volvernos a encontrar, en una tarde solitaria donde mientras otros se quedaron en casa refugiados de la lluvia, yo salí valiente a vivir nuevas aventuras.

LA VENTANA DE EVA

EVA GARCÍA AGUILERA

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