LA HISTORIA DE UN PRESIDIO EN LA CIUDAD TRIMILENARIA
LA HISTORIA DE UN PRESIDIO EN LA CIUDAD TRIMILENARIA
Hay lugares que con el paso de los años viven otras vidas. Esos edificios que se han salvado de la demolición y que hoy podemos disfrutar de su historia. Hoy es un lugar donde los universitarios reciben clases con vistas al mar, donde el patio, enorme, es lugar de encuentros, descanso, bocadillos y risas.
Universitarios que inician su camino a cumplir ilusiones, y otros que ya las cumplieron y ahora, llenos de la experiencia que su edad les regala, quieren seguir aprendiendo.
¿Cómo un lugar que rezuma cultura, belleza arquitectónica, pudo ser hace muchos, muchos años, un lugar que privó de libertad, de derechos y que a los menos afortunados los llevaba directos a la muerte?
Sí, siempre sentí que este lugar que yo conocía como Cuartel de Instrucción (CIM) emanaba gritos de auxilio y ansias de recuerdo.
Un cuartel de instrucción que me cuentan que el último servicio militar fue en el año 1998. ¡Qué años de ciudad con vida! Soldados y marineros paseaban por nuestras calles. Algunos a lo oficial y caballero, otros conquistando corazones, comiendo bocadillos de magra con tomate y hasta existe una historia sobre nuestra tapa más típica, la marinera, que dejamos para otro día.
Pero vamos a remontarnos al año 1734 aproximadamente. Cartagena fue tercera ciudad departamental y se convirtió en la cuarta ciudad de España que tuvo Arsenal militar. Dicen que Barcelona estuvo a punto de agarrar ese privilegio, pero nuestra ciudad con puerto abrigado por montañas dio lugar al inicio de esa Cartagena Militar.
En aquel momento la ciudad tenía alrededor de 20000 habitantes y necesitaban 5000 personas para la construcción del Arsenal. ¡A mí no me salen las cuentas!
Pero sí, claro que salieron. Más de 3000 presidiarios comenzaron a trabajar de manera precaria en aquel proyecto, durmiendo en galeras en condiciones ínfimas. Y un día, la galera real se hundió. Sin víctimas, un milagro. Y alguien con buen criterio dispuso que habría que construir un presidio.
Sí, creo que ya vais hilando. Lo que hoy es una universidad preciosa en un lugar emblemático y que todos sabemos que antes fue un cuartel militar, hace muchos años fue un presidio.
Y a mí esa historia, desde que lo supe, me generó eso que sabéis que me ocurre cuando la curiosidad se mezcla con mi ilusión…
Así que doy gracias por conocer a personas que con una gran experiencia, formación, pero sobre todo enamorados de lo que hacen, me inviten a conocer.
José Manuel Chacón es un arquitecto que me deja embelesada cuando le escucho hablar, cuando leo lo que escribe, descubro sus proyectos. Él llevó a cabo la remodelación de este edificio, donde los estudiantes se convertirán en lo que quieran ser, donde yo tuve la suerte de presentar el libro La Ventana de Eva. Sí, esa sala preciosa acristalada con vistas al mar, enorme, llena de vida.
José Manuel tenía una labor por delante de gran responsabilidad, pero no se quedó sólo en su función como arquitecto. Quiso saber, rebuscar, documentarse. Quiso conocer la historia de aquel presidio, de sus presos. Localizó cartas, testimonios. Por eso lo cuenta bonito. Porque apuesto a que este profesional se ha sentado en cada rincón de este lugar y ha conseguido ver a los presos arrastrando las cadenas por el patio, de madrugada. Ha escuchado sus lamentos, ha sentido su miedo y ha notado la boca seca por la falta de agua.
Sólo así, llegando más allá, se puede obtener el resultado increíble que hoy disfrutamos con orgullo, un edificio que José Manuel ha devuelto a la vida auténtica.
Así que un paseo por el edificio escuchándole es un regalo, y yo que necesito muy poco para pasar de cero a mil en ilusión y visualizar todo aquello…
Mateo Vodopich fue el encargado de construir aquel edificio destinado a los presos. Un edificio que quiso construir bien, prestando atención a todas aquellas deficiencias del terreno, que por la proximidad al mar nos encontrábamos en una zona movediza. ¡5000 pilotes se utilizaron para apelmazar el suelo! Además de intentar utilizar materiales que aligeraran el peso del edificio. Pizarra, losas de barro cocido y cerchas de madera, que en un incendio en 1945 se perdieron todas.
Mucho empeño en el edificio y poca atención en las condiciones de salubridad de las personas que lo ocuparían.
Los presos comían en el suelo, dormían en lo que llamaban cuadras. Las cuadras eran las celdas cubiertas de paja, donde el frío y la humedad les llevaba a muchos de ellos a perecer. A las cuatro de la mañana les obligaban a formar en el patio, arrastrando cadenas. Un ruido ensordecedor que creo que si algún día acudo en silencio y me evado de todo, podría llegar a escuchar.
¿Recordáis que en 1885 hubo una epidemia de cólera en la ciudad? El penal se cubrió de infección. Llegaron a morir más de 30 personas en un día. Aislaron a casi 400 presidiarios y dejaron a los enfermos juntos. El depósito de cadáveres estaba junto a la cocina, bebían todos de un mismo vaso y utilizaban los uniformes de los que la epidemia había alcanzado.
Y en todas las historias duras, como en la vida, siempre hay un rayo de luz, de esperanza, de cambio. Alguien que aparece para darle la vuelta a la historia, para intentar cambiar finales trágicos por senderos que nos guían hacia un nuevo futuro. Ese alguien tiene nombre, Ricardo Mur. Ricardo fue director de prisiones y estuvo dos veces en Cartagena. Una de ellas algo más de una década. Vino con fuerza, a poner ese orden a un desorden que provocaba dolor y muerte. Le acompañó su madre y su mujer en aquellos años, fallecidas aquí y enterradas en el cementerio de Los Remedios.
Él colocó bancos alrededor del patio para comer, les dotó de agua para beber, ducharse. Introdujo el concepto de dormitorio, las visitas de sus familiares en días especiales. Les ayudó a imaginar, a viajar a través de los libros y sobre todo, anuló la figura del Cabo de Vara.
¿Sabéis a qué se dedicaba este preso que creía tener mayores privilegios que el resto? A vigilar a los presos y golpearlos con un palo. Me cuentan que en una de esas reyertas, alguien ya desesperado de vivir en una situación extrema y vejatoria, lo degolló sin piedad.
Y gracias a Ricardo Mur, Cartagena fue el primer presidio donde se eliminó esa horrible figura de sombra negra. Pero lo más importante, se consiguió que el resto de los presidios españoles respiraran tranquilos borrando ese personaje para siempre.
Pero como ocurre con las grandes personas, al final se sienten impotentes cuando no les dejan avanzar. El director de prisiones Ricardo Mur, dimitió como protesta tras el desplome de las cubiertas de dos dormitorios de los reclusos. Oídos sordos hacían a sus peticiones, ojos ciegos a los accidentes que él quería evitar… No dejen de regar el rosal, les escribió a los presos. Una metáfora preciosa, no rendirse…
Hoy vemos un edificio de piedra. Nos cuenta historias, nos abriga. Juega con toldos en el patio, con materiales diversos que su arquitecto ha utilizado para combinar a la perfección pasado y presente. Cristaleras enormes y una fachada increíble.
¡Y lo que ha costado que vuelva la piedra original! Me cuenta José Manuel, que al igual que ocurre con el edificio del Arsenal, cuando era el CIM, se pintó de blanco y amarillo. Quizá porque al presidio se le llamó la Casa Negra, que más que por el color de la piedra sería por las connotaciones de todas aquellas historias que necesitamos conocer para poder entender, pero que nunca tenían que haber ocurrido.
Al comenzar conté que el arquitecto quiso ir más allá para sentir desde dentro y finalizar con un trabajo en el que quiere que no se olvide a aquellas personas que sufrieron donde hoy, otros se convierten en eruditos.
Y me gustaría contaros que el 8 de abril de 1940, Sebastián, un preso, escribía desde la capilla una carta a su familia.
Hora final, una de la madrugada… 5 horas de vida… Ni asesino ni criminal, conciencia limpia de todo mal… Perdono a todos los que han calumniado… Soy inocente…
La carta iba sellada con “censura militar”.
Voy a finalizar con un cante jondo que escuché en el aula de la universidad, que se queda para siempre. Voz de Curro Piñana y algo así como…
El penal de Cartagena
Cementerio de hombres vivos,
El penal de Cartagena
Muchos hombres sin motivo
Entierran allí sus penas
Y mueren en el olvido
Hoy, he querido hacerles este homenaje con la ayuda de José Manuel Chacón, con la única intención de saber y conocer. Y que vosotros que me acompañáis en estos paseos, pongáis ese granito de arena para que nadie MUERA EN EL OLVIDO.
Gracias, José Manuel, por dedicarme tu tiempo, compartir tu sabiduría y cederme para ilustrar este relato algunas de las fotografías que forman parte de ese trabajo excepcional que hiciste.
FELIZ DOMINGO
EVA GARCÍA AGUILERA