Carta abierta a Cartagena: entre la desilusión y la esperanza

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Carta abierta a Cartagena: entre la desilusión y la esperanza

RELATOS MARILOLIANOS

Carta abierta a Cartagena: entre la desilusión y la esperanza

En esta lucha que se cierne sobre nosotros no hay amparo, no hay liga, no hay montañas.
Los obstáculos del camino son los mismos una y otra vez, y nunca son arrancados, nunca desaparecen.

¿Qué es Cartagena? No lo sé.
Hemos llegado a un punto en el que Cartagena parece una absoluta desconocida, un lugar que estaba lleno de gente alborotando y luchando por sus intereses, y que se ha convertido en un nido de víboras donde se lucha por ver quién tiene más poder.

¿Qué pasa con Cartagena? ¿Qué pasa con la ciudad? ¿Le importa a alguien?
Al parecer no. O muy pocos… porque los hay, pero pocos.

Las calles están desoladas: basura, suciedad… El alma de Cartagena está clamando a gritos, pero nadie la escucha, nadie la oye.
Y poco a poco se va hundiendo en la miseria, sin ser atendida, sin ser escuchada.

¿Es que no se escuchan sus gritos pidiendo auxilio? Parece que no.

Estamos instalados en un lío de ansias de poder, de protagonismo, del “quítate tú que me pongo yo”, de hostigamiento para pisar cabezas.
La realidad está ahí, permanentemente, y a todos los niveles. No se escapa ni uno.
Salvo ciertas almas candentes que medio agonizan, medio alzan la voz —a lo que cada vez más parece un susurro que desaparecerá en la oscuridad, como decía Ramoncín.

¿Y quién está preocupado por eso? Pocos. Muy pocos.

El tren. No hay tren. Pero da igual. Ya vendrá, si viene. Y si no, pues no vendrá.
Los solares… otra que tal. Y así con todo.

Es necesario un cambio. Vale.
¿Qué cambio? ¿Y quién lo hace?
¿Quién es merecedor de alzar la voz por encima de los demás, con un pensamiento crítico, con veracidad en la palabra, con impulso y autoridad?
¿Quién podría ser el tan mencionado mesías, que remueva las entrañas del territorio y haga despertar a la fiera que Cartagena siempre ha llevado dentro?

Estimados ciudadanos cartageneros: no lo veo.
Lastimosamente, así de triste. Porque tras la maraña de líos del “quítate tú que me pongo yo”, de obviar, de aniquilar, de eliminar para imponer el ego —un ego que en el fondo solo es vacuidad, que no tiene nada, no aspira a nada, solo al ansia de poder—, solo hay ruido.
Un ruido a veces ensordecedor, a veces silencioso. Ese ruido que nubla la mente y no deja ver lo que hay detrás.

Ay, querida Cartagena… lo que fuiste y lo que eres.
La que resistía como la roca. La que se sublevaba. La que luchaba sin tregua para defender su territorio por más de dos milenios.
Esa Cartagena que hoy está debilitada, peor que después de pasar Suintila y arrasarla hasta dejarla con solo un hilo de vida.
Aunque algunos desearan que fuera muerta y rematada para siempre: Cartagena delenda est.

Lo que no pudo conseguir Suintila lo estamos consiguiendo los propios cartageneros.

Cartagena vive porque tiene que vivir. Vive por inercia.
Esa tierra santa, amada, querida y despreciada a partes iguales.
Ese territorio cartaginense eclipsado en la historia para dar vida a la murcianía que otros quieren.

¿Qué hacemos contigo, Cartagena?
¿Qué quieres de nosotros? ¿Qué nos puedes pedir? ¿Y qué te podemos dar?

Lamentablemente, parece que nada.
Porque la potencia del impulso por defenderte se queda en un quejío en los bares. Y todos lo sabemos.
Y porque quien quiere defenderte es rodeado por quienes quieren silenciar esa queja, esa impotencia, esa indignación.

No llores, Cartagena. Vendrán tiempos mejores. Pero ahora no lo son.
No es tu momento, Cartagena.
Quizá una revolución. Quizá el tiempo. Quién sabe.
Pero ahora no.
Ahora no va a suceder.
Porque los cartageneros no estamos preparados para ello.

Aún hay viento. Aún hay vela.

Este mal sabor de boca se puede paliar.
Los cartageneros podemos.
Hay que impulsar, luchar, defender, manejar esta situación.
Podemos hacerlo, lo sabemos, porque siempre defendemos con orgullo nuestra historia.

Y más allá de la lucha, quienes hieren a Cartagena, con el tiempo, se retirarán.
No hay que perder la esperanza.

Debe nacer una nueva vida para Cartagena.
Que nadie la soslaye. Que nadie la entretenga.
Que se maneje por sí sola.
Que el viento venga a favor, y que rememos en la misma dirección.

Viento en popa, a toda vela.
Cartagena vuela.
Si quiere… volará.

@Mariloliana®

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