Opinión

Los domingos, una película de monjas y marcianos

Juan M. Uriarte
Juan M. Uriarte
Los domingos, una película de monjas y marcianos

Una película sobre monjas, no me jodas. Llevamos unas semanas leyendo en prensa opiniones sobre una película española de monjas. Una chica de diecisiete años que se quiere meter a monja de clausura, lo flipas. Resulta que resulta, que empiezan a hablar que lo cristiano tiene tirón; resulta que hace quince días leía en El País un artículo de título El giro católico, y comentaba que están cambiando cosas… Igual resulta que no están cambiando las cosas, igual pasa que los asuntos son los de siempre, pero las soluciones no están siendo satisfactorias.

 

El cine ha mostrado a las monjas de distintas maneras, pocas veces bien. En las últimas décadas, monjas de mundo oscuro, como seres inquietantes; monjas frecuentes en el cine de terror, tantas veces diabólico. Otras veces, el tópico cinematográfico ha mostrado monjas severas, maestras de palo, madrastras frustradas y secas, institutrices de reformatorio, que juzgan y roban neonatos en los paritorios. Tristes, serias, reprimidas y malévolas. Y así las disfrazan en Halloween. Sólo le perdonamos la vida a las monjas, si son como la infeliz de Gracita Morales en Sor Citroen, película que hoy resulta ridícula, o monjas con ñoñez cantarina a lo Sonrisas y lágrimas, o en las enrolladas nuns de gospel de la peli Sister Act.

 

Hace dos semanas vi la película Los domingos con curiosidad.  Dos comentarios. Su mayor acierto es presentar el asunto vocacional, no de manera apologética a lo monja alférez, sino como realidad personal que emerge como fenómeno, como una intuición/certeza interior en la persona de Ainara (extraordinaria la actriz Blanca Soroa) en una España que desconoce los rudimentos cristianos. Una chica, que accidentalmente, -los amores surgen tantas veces por accidente- se siente atraída/llamada por la vida monacal contemplativa (¡qué bien se esta aquí!, ¡qué feliz me siento!, afirma), para estar así con su Señor, su Esposo. Una historia de amor.  Me gusta que la película no da argumentos vocacionales, sino muestra el evento, lo existencial. El film Los domingos es una aproximación, un boceto, un intento de mostrar el efecto de la llamada religiosa en una adolescente y las reacciones de una familia cualquiera de la “católica España”, es decir, una familia no creyente.

Un segundo aspecto quiero resaltar. Los domingos ha mostrado de manera diáfana lo que significa el odio anticatólico, ese deseo de erradicar lo cristiano de la faz de la tierra, en la magistral interpretación de la tía Maite por la actriz Patricia López Arnáiz. Maite evoluciona su discurso en el film desde la condescendencia paternalista inicial con la sobrina, desde el eufemístico “yo no creo, pero respeto mucho la fe de los demás” al reproche expansivo indignado final mostrando su verdadero pensamiento “vas a vivir con unas putas monjas locas, que siguen a un Dios que no existe”.

Como vivimos en una sociedad atea práctica, ser monja es como ser un marciano, porque hoy ser cristiano es ser un extraterrestre literalmente. La Iglesia conserva este carisma de la vida consagrada en comunidades de frailes o de monjas porque hacen presente el modo de vivir peculiar que tuvo Jesús: virgen, pobre y obediente. Hoy en día ser virgen, pobre y obediente son antivalores en la oferta habitual a un adolescente y joven. Un marciano en toda regla.

El éxito de la película. No sé si hay giro católico en nuestros jóvenes. Es un giro de búsqueda espiritual en una sociedad con muchas náuseas, tras haber probado de todo. Les escribía hace unos meses sobre la moda del estoicismo, por ejemplo; estamos rodeados de libros de autoayuda en tiendas y amazones; mindfullnes, y meditación budista… Gente que busca. Nuestros jóvenes buscan porque ya hemos probado demasiada mierda. No hay nada a lo que atenerse, nos dicen que no hay ninguna verdad indubitable, salvo dos: el dogma climático y la autopercepción de género. Y, sin embargo, la tía Maite le quiere negar a la prenovicia Ainara su autopercepción, su llamada a la vida consagrada, su convencimiento subjetivo pero real de la llamada del amor de Dios.

La cuestión no es ser monja o cura, sino cristianos y hoy en día no se puede vivir la fe solo, por libre, necesitas una comunidad concreta, una pequeña asamblea de frailes, monjas o laicos, según tu estado. Sin que parezca boutade, algo conozco sobre la película de marras. En mi familia extensa de hermanos y cuñados, con hijos y sobrinos, tengo dos cuñadas monjas de clausura, una hermana religiosa de otra orden y una sobrina novicia desde hace pocos meses. La película de la vida supera con creces la del cine. Será por estas cosas, -perdonad la referencia personal-, que en mi entorno, ser monja no es ser una marciana, sino algo que te puede pasar, como echarte novio y casarte. La realidad de los conventos y sus tornos, no están hechos de personas tan diferentes de los que tenemos que vivir en el siglo, con nuestras familias y trabajos. La cuestión, decía, no es ser monja o cura, pues todos somos novicios aprendices en la didáctica amorosa del Señor; la cuestión está, amigo lector, en aquello que tanto le resonó a San Francisco Javier: ¿de qué te sirve ganar el mundo, si pierdes tu alma?

 

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