Pérez-Reverte, persona y personaje

Pérez-Reverte le pone al personal, genera filias y fobias. Periodista de guerra, escritor, académico y polemista sobretodo. Hace una semana estuvo en El Hormiguero con ocasión de su novela Misión en París, la última entrega aventurera de Alatriste. Reverte, -permítaseme el apócope-, sigue siendo a sus setenta y tres tacos el escritor-espadachín, que se imagina como un niño grande desfaciendo entuertos. ¿Cuál era el afán de Don Quijote sino enderezar entuertos y desfacer agravios? Don Arturo representa un hidalgo español, enjuto, con su barba rala, su sombrero, su buena dialéctica, y algún exabrupto, si se tercia. El caballero Reverte, hombre tan del XVII ejerce como nadie el sostenella y no enmendalla en estas primeras décadas del XXI.

Reverte es un veterano, no ya de los Tercios de Flandes, sino de la universidad de la vida; le gusta ejercer de viejo lobo de mar, un poco fenicio, cartaginés y romano. Se sienta en su ágora para que le escuchemos: Soy de Cartagena, ¿y qué?, y nos dice: (…) “cuando de jovencito me zambullía en el mar, sacaba ánforas que llevaban veinte siglos allá abajo, enfrente de mi casa”. Don Arturo no tiene esa falsa humildad tan al uso en los medios, ni pide perdón por haber obtenido fama; no se ha unido a algunos artistas titiriteros ni come de pesebres políticos, con lo cual puede llamar tonto a Zapatero, malo a Sánchez o inútil a Rajoy. La parroquia, en esta España polarizada, se pone nerviosa, intentando encasillarle en un bando. Reverte tiene un modo de hablar que interpela al oyente, como si te dijera “y si no te gusta, te jodes”, porque Don Arturo detesta sobretodo los emplastes y circunloquios, y con su vehemencia prefiere sacrificar rigor que hacerte un razonamiento muy destilado, mejor la frescura de la inmediatez a la alquimia sofisticada. Cuando acierta, lo clava, cuando yerra, mete la pata hasta el corvejón.
Vengo hoy a sostener pues, que Don Arturo está ya fusionado con Alatriste, el personaje se ha apoderado de su persona, y no podemos separar sus epidermis. Don Arturo Alatriste quiere ser nuestro mosquetero en este primer tercio del XXI, ¡¿oh capitán, nuestro capitán?! Pérez-Reverte, soldado y escritor, clásica dualidad del siglo de Oro: “Siendo, pues, así que las armas requieren espíritu como las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más”, decía don Quijote en su discurso sobre las armas y las letras.
Hoy no he venido a lisonjear a Don Arturo, pues no expresaría mi visión completa del escritor y hombre de armas que es, si no expresara mis objeciones. Lo primero, porque a pesar de su quijotismo, no es el optimista Cervantes el escritor barroco preferido de Don Arturo, sino Quevedo. Oigo una música pesimista en Reverte cuando habla o escribe sobre nuestra patria, los españoles y su historia o porvenir. Resuena Quevedo con su desaliento sobre España: Miré los muros de la patria mía… Sí, a Reverte le gusta bastante deleitarse en lo negativo; denuncia la corrupción y el poder político… pero desde un pesimismo, como si ya nada tuviera remedio. Reverte se ha creído un poco bastante la leyenda negra, a mi parecer.
En segundo lugar, veo a Reverte como un conservador heterodoxo y laico. Conservador, muestra su pasión por España y adora su historia militar y marina, sin ser un nacionalista hispánico de brocha gorda; conservador, pues detecta bien las gilipolleces woke y el progresismo mercachifle. Sus novelas se empapan de historia y de realismo, como si quisiera ser un nuevo Galdós con sus Episodios Nacionales, (sirva su Trafalgar de muestra). Sin embargo, a Reverte le mola ser chico malo, un hereje en la católica España. Le hubiera gustado que Menéndez Pelayo lo incluyera en su Historia de los heterodoxos españoles. A este Reverte quevediano le luce más escribir “contra alguien”. Además, observo su prejuicio negativo contra lo católico. Sabe que España históricamente no es explicable extirpando el acervo católico; él lo contempla como fuente de atraso e incultura, intolerancia frente a las “luces” ilustradas.

Una tercera postilla quiero hacer sobre Reverte, un último amable reproche, quizá el más importante: ¿Por qué esa llamativa ausencia de biografía personal, familiar? ¿Es timidez, protección o miedo? ¿el capitán Alatriste tiene miedo? El hecho es que nunca me encuentro con el Arturo persona, para leerlo mejor y aprehenderlo. Me interesa lo que dice, pero me gustaría conocerlo a él y también a su circunstancia. Desaparece la persona y aparece pues de nuevo el personaje huidizo, el espadachín con antifaz que se oculta. ¿Qué piensa Reverte de la vida, del amor, de la muerte, de la otra vida? (…) Quizá esa batalla no es fácil de librar ni con la pluma ni con floretes. No hay maestro de esgrima para las grandes cuestiones personales de la vida.