¡Que vengan los militares!

Resulta que estábamos viviendo, políticos y público general sobre una falacia: la milicia como cosa fachoide y extremista. Nos decían que no había que gastar dinero en los Ejércitos, porque en vez de fragatas era mejor hacer colegios u hospitales, en una sofisma dicotómico: escuelas, o cuarteles, medicinas o balas. No son útiles las fuerzas armadas, es un folklore de desfile y patrioterismo ridículo poco acordes con los valores democráticos, de paz, solidaridad y armonía; menos fusiles y más caramelos arcoíris.
“¡Qué vengan los militares!” Me ha resonado mucho esa frase, entre interjecciones de la gente y de sus alcaldes, superados en la tragedia de estas inundaciones de agua y muerte. ¡Que venga el ejército, por favor! Esas frases no eran peticiones de elementos marginales de extrema derecha o nostálgicos franquistas. Soldadito español no sólo es el título de un ardoroso pasodoble-marcha militar, sino lo que configura las fuerzas armadas. La situación ha sido de destrucción bélica, era preciso organización, fuerza, material, disciplina, jerarquía y coordinación.
Ha habido consenso por unas semanas, no sé lo que durará. El antimilitarismo desapareció por unas semanas hasta en la izquierda de paloma blanca. La lluvia ha arrastrado barro y también prejuicios, que se han disuelto al instante: los uniformes no solo no son malos, sino que son muy necesarios. De repente ha emergido el ejército como una realidad útil. ¡Anda!, yo creía que la legión eran sólo los locos de la cabra. Durante estas semanas bastantes ciegos pueden atisbar las Fuerzas Armadas como una gran ONG a quien por un tiempito perdonamos que porten fusiles, y den órdenes gritando; les perdonamos esa marcialidad, o que ordenen firmes a la voz de ¡ar! en vez de proponerlo con timbre cortés con un: pónganse firmes cuando buenamente vayan pudiendo.

He releído estos días “Ardor guerrero”, la memoria militar anovelada de la mili del académico Muñoz Molina. Recuerdo haberla disfrutado hace treinta años con sus descripciones irónicas de la sociología de la mili, pero más que texto pacifista hoy me parece una amarga e injusta enmienda total al servicio militar como si no fuera más que un cúmulo de humillaciones, rancio olor a taquilla y sargentos borrachuzos de una España catolicona y atrasada.
Y hete aquí que la mili dejó de ser obligatoria en el año 2001, lo eliminó la derecha de Aznar, nos modernizamos, y subcontratamos a la tropa y marinería. ¡Para qué ir a la mili con lo engorroso que era! ¡Que vayan otros! en nueva adaptación pseudopacifista del ¡que inventen ellos!
Zapatero logro una redención que le permitía no pecar de militarista y creó la UME, Unidad Militar de Emergencias. Bien, Zapatero. Una unidad para ayudar, no para matar y hacer las cosas feas que hace el ejército, una especie de versión laica del texto bíblico: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas, porque cuando vienen mal dadas, cuando puedes morir, necesitas que te auxilie una fuerza armada organizada, perfectamente jerarquizada y con capacidad. Necesitas que las ordenes se den y se ejecuten, desplegarse y actuar. ¡Qué vengan los militares! ha sido un grito que significaba: ¡Que las cosas funcionen por favor, que la organización se simplifique, que evitamos perdernos en burocracias, hagamos bien las cosas, centralicemos el mando!
Hemos visto mucha solidaridad estos días. La solidaridad es la marca blanca del amor o caridad. Amor y solidaridad sobretodo de los jóvenes. Estos jóvenes seguramente no entienden que existiera hace veinticinco años un servicio militar obligatorio. Sin embargo, estos días de tragedia y marasmo, de fango verdadero y muerte, toda la juventud se ha echado a las calles de los pueblos y ciudades valencianas, ha dado hasta la última gota de su sangre por su patria como si una mili simultánea espontánea hubiera retornado, también desde todos los sitios de España, haciendo carne esos versos del himno: Que aun te queda la fiel infantería, que, por saber morir, sabe vencer.
Mi propuesta se hace hoy más entendible: Reinstaurar un servicio militar obligatorio de seis a nueve meses de duración para nuestros jóvenes. Sinceramente creo que no hay partido que tenga bemoles para proponerlo. No encaja quizá en los ideales individualistas de una solidaridad a la carta o subarrendada en ONGs. Dar seis meses de vida a la nación se antoja una exigencia difícil como programa electoral para una sociedad pusilánime. No obstante, me atrevo a proponer ese retorno de una nueva mili como compromiso con nuestros semejantes, nuestra tierra y nuestras gentes. La vida humana tiene mucho de combate. Si quieres la paz, prepara la guerra. Prepárate pues para los imprevistos, organízate, haz acopio. Ten un ejército, y aun mejor, ten un servicio militar obligatorio. Obligatorio, sí por supuesto. ¿O acaso los impuestos son voluntarios? La mili es un impuesto que se salda con un tiempo de tu vida. A tu patria, a tus vecinos, a la gente, a todos.
¡Que vengan los militares! o sea ¡que venga el Estado! El Estado no es Luis XIV, ¡el ejercito eres tú!