Catorce de agosto. Una vez en la vida

Hoy es catorce de agosto. Hace catorce años, tuve ocasión de viajar al sur de Polonia. Cerca de Cracovia se encuentra el campo de concentración, Auschwitz-Birkenau, el más grande de la Alemania nazi. Todos conocemos los hechos, sin embargo, me impresionó vivamente el contemplarlo y estar físicamente en el lugar, justo en el sitio.
Siempre pensamos que la maldad existe externamente, pero fuera de nosotros. Comprobar el lugar, los documentos, los objetos de los asesinados, el lugar físico ha sido de lo más impresionante que me ha sucedido en la vida
¿Cómo pudo suceder? ¿Cómo tanta gente pudo ponerse de acuerdo en actuar de manera tan inicua sobre otras personas humanas? ¿Cómo pudo ocurrir durante tanto tiempo?

Sucedió tan solo hace ochenta años (!) No fue una tortura de la Grecia o Roma antiguas, no fue algo de los pueblos bárbaros o un suceso del Medievo. Todo eso tuvo lugar en la Europa contemporánea. Esta perplejidad incrédula recorría mi mente reiteradamente durante la visita; lo recuerdo como si fuera hoy.
Un musulmán piadoso debe visitar La Meca una vez en su vida. Un cristiano debería intentar visitar las tierras de Palestina e Israel donde Jesucristo vivió; no en vano los lugares que habitó Jesús se llaman el quinto evangelio. Pues bien, cualquier hombre o mujer, sea cual sea su credo, si lo tiene, debería visitar una vez en su vida Auschwitz. Contemplar en silencio aquel sitio, meditar internamente mientras oye las explicaciones, pasear por aquel recinto, testigo de esa atrocidad, es algo muy conveniente. El pasado no es solo pasado. Hace catorce años estuve inmerso en Auschwitz una mañana, y no volveré. No quiero volver, no es un lugar turístico, no es un sitio para fotos, no es un lugar para repetir como quien va a un museo. Es una visita obligada, espiritual y terapéutica. Una dosis deja una huella indeleble, imprime carácter.
Hace 84 años, en ese lugar, un catorce de agosto, un sacerdote franciscano, Maximiliano Kolbe se ofreció voluntariamente a morir en vez de otro pobre inocente, que suplicaba clemencia a las SS ("pobre esposa mía, pobres hijos míos", contaron los testigos que decía sollozando el que iba a ser asesinado). Ese prisionero redimido sobrevivió al propio campo de concentración y falleció ya anciano en 1.995. Kolbe, sin embargo, murió finalmente tras tres semanas de confinamiento con ayuno forzoso, e inyección letal un día 14 de agosto, en 1941.

La maldad existe y el demonio también. Los nazis establecieron una estructura perfectamente orquestada y tenían una ideología que lo sustentaba, pero el mal existe, y en este mundo todos estamos expuestos a esa posibilidad. Tenemos en nuestra libertad ese riesgo. Diariamente. Contemplar Auschwitz como algo histórico, pretérito, irrepetible y ajeno a nosotros es erróneo. Los seres humanos somos capaces de hacer mucho daño, cada día.
También podemos hacer mucho bien, y hacerlo cuando todo es adverso ni parece tener sentido. Hoy catorce de agosto la Memoria de Kolbe emerge como un gigante y es reconfortante. El verdaderamente realizó al pie de la letra lo que Jesús nos dijo: " Nadie tiene más amor que aquel que da la vida por sus amigos. La vida triunfa sobre la muerte. Así lo esperamos.