Opinión

20-N: ¿un aniversario inútil o una oportunidad?Paz, piedad y perdón

Juan M. Uriarte
Juan M. Uriarte
20-N: ¿un aniversario inútil o una oportunidad?Paz, piedad y perdón

 

La muerte de Franco y finalización del franquismo fue el epílogo de la guerra civil. ¿Cuál es la amenaza hoy al pararnos en este cincuenta aniversario?  Verlo irrelevante o mirar atrás queriendo reproducir sentimientos, queriendo tener razón a toda costa, sin aceptar que la historia continúa a pesar de renglones torcidos. “Sería triste cosa que, teniendo razón, pareciese que la hubiéramos perdido a fuerza de palabras locas y de hechos reprobables”, decía Azaña en 1938.

Ortega escribió casi veinte años antes, en 1919, un artículo de título: “Ni represión, ni revolución.” Entonces y ahora sigue arrojando luz: “Hoy sobre el horizonte de España, aparecen dos fantasmas: el de la revolución, agitado por unos, y el de la represión, sostenido por los del bando opuesto. ¿No habrá nada más que eso en el inmediato porvenir de España? ¿No se sabrá elegir un camino ancho y limpio?”

Este aniversario de cinco décadas sin el dictador Franco debería ser mejor una oportunidad para el patriotismo recordando el inicio de la Transición democrática; demasiadas veces los españoles nos hemos autocensurado para no hablar del patriotismo español como si el propio término fuera franquista. Para este aniversario, el gobierno actual creó el lema 50 años de España en Libertad”. En vez del gastado Francomodín hubiera sido mejor celebrar las cinco décadas desde el inicio del reinado de Juan Carlos I, pero no ha sido posible. Lo cortés no quita lo valiente, y las correrías de caza y sábanas del Borbón, no eliminan su función capital en la instauración del más largo periodo democrático en España, al ser entonces depositario de todo el poder con la muerte de Franco en aquel 20-N de 1975. Ni represión, ni revolución, reforma frente ruptura.

 

Aquella guerra no fue inevitable, pero la situación en la segunda república era endiabladamente compleja. En palabras del historiador García de Cortázar, “los moderados se hallaron rebasados por la bullanga revolucionaria de la izquierda más exaltada y la nostalgia clerical, militarista y anacrónica de la derecha más conservadora, en un clima de violencia extrema del que participaba también Europa”.

Vuelvo al Azaña del discurso de 1938 en el que supo afirmar pensamientos patrióticos comunes a toda la nación, aunque se compadecieran poco con algunas intolerancias y miopías de sus propios gobiernos republicanos. Decía Azaña: “Todos los españoles tenemos el mismo destino, un destino común, en la próspera y en la adversa fortuna, cualesquiera que sean la profesión religiosa, el credo político, el trabajo y el acento”.

Paz, piedad y perdón, es mi triple recordatorio para este cincuenta aniversario. Suenan a palabras propias de un predicador beato, o de una encíclica papal.  Paz, piedad y perdón es, sin embargo, la terna que hoy tomo prestada y que fue invocada por  Manuel Azaña,  el último presidente de la II república al final de su discurso en Barcelona aquel 18 de Julio de 1938, tras dos años de la insurrección militar. Azaña no solo intuye que los republicanos pierden la guerra, sino que el futuro y la reconstrucción de España va a ser muy duro; fue un discurso lleno de patriotismo y de tolerancia, por encima otros análisis menos obvios y propios de su ideología. Paz, piedad y perdón. Piedad, es decir, misericordia, magnanimidad, compasión, comprensión; virtudes clásicas y ausentes en política habitualmente. Perdón, o sea borrón y cuenta nueva; perdón que sólo puede brotar cuando hay conocimiento de las propias limitaciones.

 

La ilusionante segunda república evolucionó a desilusión, y rodeada de fanatismos de ambos signos; la guerra civil fue desastrosa, criminal y el franquismo injusto. Pretender hacer revisionismos desde nuevas trincheras viejas nos llevaría a los mismos pretéritos errores. Paz, piedad y perdón. Sea esta la jaculatoria laica de un Azaña que hoy nos sirve a los españoles de ambos polos políticos y una misma patria. Huyamos de las inercias de la discordia, que, en acertada definición de Julián Marías, consiste en la incapacidad de vivir juntos, y un querer eliminar las ideas del otro, a veces hasta físicamente. Puede resultarnos difícil soportar a nuestros políticos, pero debemos repudiar el no poder vivir con españoles de toda índole y condición.

El aniversario de la muerte de Franco no es un número, sino un acicate para querer vivir juntos. Paz, piedad y perdón. Sería bello que el actual gobierno no retirara la imagen de la Virgen con Jesús yacente del Valle de los caídos; los creyentes llamamos a esa imagen Piedad.

Azaña terminó de esta manera aquel discurso en el que todos deberíamos sentirnos hoy interpelados: “(…) que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón.”

 

 

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